jueves, 17 de diciembre de 2015

Muere Simón Bolívar

(Viernes, 17 de Diciembre de 1830)
Muere Simón Bolívar
El 17 de diciembre de 1830, en la Quinta «San Pedro Alejandrino», cerca de Santa Marta (Colombia), dejó de existir el Genio de la Libertad, el más Grande Hombre de América. A la 1 en punto de la tarde, «murió el sol de Colombia», Simón Bolívar. Había recibido de manos del Cura de la aldea de Mamatoco los Santos Sacramentos. Después de haber dado libertad a tantos millones de suramericanos, Bolívar se halla en su último instante muy solo. Apenas le rodean Mariano Montilla, Fernando Bolívar, José Laurencio Silva, Portocarrero, el edecán Wilson, Ibarra, Cruz Paredes, José María Carreño...
El médico de cabecera Alejandro Próspero Reverend, viendo que llegaba el momento supremo los llamó y les dijo: «Señores, si queréis presenciar los últimos momentos y postrer aliento del Libertador, ya es tiempo». Pero, indudablemente, Bolívar continúa vivo en el corazón de los pueblos, en la ideas que parecen escritas para nuestros días, en las acciones que son permanente ejemplo para todos aquellos que sienten de verdad lo que es una patria redimida. El Sol de Colombia sigue brillando.
Bolívar lo vivió. Destituido de todos sus cargos por la oligarquía grancolombiana —asesinado, antes, su noble amigo el mariscal Sucre que ganara en los Andes, en 1824, la última batalla de la Independencia y es necesario decir que nunca se supo quién le preparó la emboscada de la muerte—, fue abandonado, Bolívar, a su suerte. Camino de su destierro a Venezuela, sublevada ya ante su posible llegada porque iba precedido de la apelación de dictador, Bolívar no tuvo a su lado nada más que un grupo de amigos: contados con los dedos.
Enfermo, le curaba el médico francés Alejandro Prospero Reverend. Arribado a la ciudad costeña de Santa Marta, el Libertador no encontró techo de recepción nada más que en la casa de un español: Joaquín de Mier. Ya próximo a la muerte se refugió en la Quinta de San Pedro Alejandrino. Esta mansión pertenecía, también, al mismo español. En San Pedro Alejandrino pronunció aquella invocación a la ironía: "Jesucristo, Don Quijote y yo hemos sido los más insignes majaderos de este mundo".
AÑOS FINALES
Los últimos dos años de la vida de Bolívar están llenos de amargura y frustración. Hizo un balance de su obra, comprobando que lo más importante quedó sin hacer mientras lo hecho se desmoronaba. La independencia integral de América, el plan para llevar las tropas libertarias a Cuba, Puerto Rico y Argentina, que se aprestaba a una guerra contra el imperio brasileño, o a la España monárquica, si fuera necesario, quedaban como lejanas utopías imposibles de realizarse. La confederación grancolombiana, o la andina, o la anfictionía americana, todo eso que estuvo a punto de cumplirse, debía posponerse ante otro tipo de problemas inmediatos: fuerzas del Perú invadieron el Ecuador, y su expulsión le llevó casi todo 1829. El general José María Córdova, uno de sus más cercanos amigos, dirigió una revuelta y fue asesinado. El general Páez, desobediente y desleal, se le insubordinó también y declaró la separación de Venezuela. Se vio obligado a expulsar de Colombia a Santander, antes uno de sus mejores aliados. A comienzos de 1830, Bolívar regresó a Bogotá para instalar otra vez un Congreso Constituyente; ante esa soberanía, renunció irrevocablemente. Ahora sólo deseaba irse lejos de Colombia, a Jamaica o a Europa, aunque vaciló y pensó que bien valía la pena comenzar de nuevo, reuniendo a sus leales en la costa colombiana. Varios sectores del ejército se levantaron, esta vez en su favor, pero ya era tarde. Cada vez más enfermo, logró llegar a Cartagena a esperar el buque que lo alejaría de tanta ingratitud. Para su mayor desgracia, recibió en Cartagena la noticia de que Sucre, el más capaz de sus generales y tal vez el único que podía sustituirlo, había sido asesinado en Berruecos, a los 35 años de edad.
Contemporizando con la muerte que ya se anunciaba, aceptó la hospitalidad que le ofrecía el generoso español Joaquín de Mier, para llevarlo a su finca, un trapiche llamado San Pedro Alejandrino, en las proximidades de Santa Marta, a descansar. Tradicionalmente se ha dicho que Bolívar estaba tuberculoso, pero algunos médicos sostienen hoy día que una amibiasis le atacó el hígado y los pulmones. Dictó testamento el 10 de diciembre de 1830. Ese mismo día emitió su última proclama pidiendo, rogando por la unión. Siete días después, a la una de la tarde, como dijo el comunicado oficial, «murió el Sol de Colombia». Vivió 47 años, 4 meses y 23 días. Sepultado en la iglesia mayor de Santa Marta, allí quedó su corazón, en una urna, cuando los restos fueron llevados a Caracas doce años después.
Un recuento de su obra militar no encuentra similar en la historia de América. Participó en 427 combates, entre grandes y pequeños; dirigió 37 campañas, donde obtuvo 27 victorias, 8 fracasos y un resultado incierto; recorrió a caballo, a mula o a pie cerca de 90 mil kilómetros, algo así como dos veces y media la vuelta al mundo por el Ecuador; escribió cerca de 10 mil cartas, según cálculo de su mejor estudioso, Vicente Lecuna; de ellas, se conocen 2939 publicadas en los 13 tomos de los Escritos del Libertador; su correspondencia está incluida en los 34 tomos de las Memorias del general Florencio O'Leary; escribió 189 proclamas, 21 mensajes, 14 manifiestos, 18 discursos y una breve biografía, la del general Sucre. Personalmente, o bajo su inspiración, se redactaron cuatro Constituciones, a saber: la Ley Fundamental del 17 de diciembre, creadora de Colombia (Angostura); la Constitución de Cúcuta (1821); el proyecto de Constitución para Bolivia (1825); y el decreto orgánico de la dictadura (1828). No tuvo tiempo para completar su obra magna: la unidad política de Latinoamérica, la liberación de Cuba y Puerto Rico, el apoyo a Argentina contra el imperio brasileño, la Confederación Andina (1825), la ayuda a la propia España para liberarse de los monarquistas (1826), en fin, el establecimiento de una sociedad utópica, donde se logre «la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política» (1819). En 20 años de intensa vida política, 7538 días de actividad revolucionaria, a partir de su misión diplomática a Londres (1810) y hasta su deceso en Santa Marta, casi no hubo día en que no redactara una carta o emitiera un decreto, o que recorriera 13 kilómetros diarios en promedio.
América ha reconocido a Bolívar como el paradigma y símbolo más querido de su identidad y soberanía. En 1842 el Congreso de Venezuela dispuso que las cenizas del Libertador fueran trasladadas con toda pompa de Santa Marta a Caracas y reposan hoy en el magnífico Panteón Nacional. En 1846 Colombia puso la estatua de Pietro Tenerani en el centro de Bogotá. En 1858 Lima le erigió una estatua ecuestre, reconociéndolo como Libertador de la nación peruana.
En 1891 Santa Marta puso una estatua de mármol junto a la Quinta de San Pedro Alejandrino. Ya desde la segunda mitad del siglo XIX se le levantaron monumentos en casi todas las ciudades importantes de América y en muchas de Europa. Se cumplió así la insuperable sentencia de Choquehuanca: «Con los siglos crecerá vuestra gloria como crece la sombra cuando el sol declina».
INTEGRACION DE LA PERSONALIDAD DE SIMON BOLIVAR
Tres son esencialmente los cauces formativos de la personalidad cultural del Libertador: los maestros, los viajes y las lecturas.
Bolívar dice que fue educado como podía serlo un niño rico en la América bajo dominio hispano, nunca le faltaron instructores de calidad. Su madre y su abuelo buscaron para la enseñanza inicial al Pbro. José Antonio Negrete, a Guillermo Pelgrón, Fernando Vides y otros distinguidos preceptores; entre éstos también contóse Andrés Bello como maestro de literatura y geografía; igualmente recibió lecciones de matemática del ilustrado Padre Andújar, noble personalidad intelectual y humana, muy admirada por Humboldt; también fue discípulo del Licenciado Sanz. Fue don Simón Rodríguez, sin embargo, el más influyente maestro de Bolívar; a ningún otro en todo instante -y especialmente en los años de gloria y de altura- le reconoció tanto poder sobre su corazón; sólo de Rodríguez dijo: "cuyos consejos y consuelos han tenido siempre para mí tanto imperio".
Don Simón Rodríguez, precursor y animador de la inquietud bolivariana, es por antonomasia el Maestro del Libertador; antes de que éste independizara a América, -su "maestro universal"- hace su tarea: independiza a Bolívar, lo divorcia de la realidad tradicional y lo acerca a la verdad futura; le ayuda a conseguir la perspectiva propia de un creador, a intuir su faena y a calcular las fuerzas de sus auxiliares y sus enemigos. Simón Rodríguez llama a Bolívar a ser terriblemente cuerdo entre aquellos mediocres que se autoestiman depositarios del buen juicio y de la sensatez, y a los ojos de los cuales la Independencia tenía que ser una "locura" singular.
La enseñanza de Rodríguez se cumple en la adolescencia y en los umbrales mismos de su edad adulta; superados algunos roces de la infancia entre maestro y discípulo, roces que nunca más recordará El Libertador, la compenetración entre ambos es intensa y duradera. Por el carácter independiente y rebelde de Rodríguez se comprende que cale tan hondo en el espíritu del joven.
Además de los maestros señalados, cuya enseñanza se desenvolvía sin "método" y con irregularidades motivadas por circunstancias propias de un alma inquieta y mimada, hay que señalar como los únicos estudios sistemáticos realizados por Bolívar, los de matemática en la Academia de San Fernando de Madrid. En esta ciudad hizo además el estudio de las lenguas francesa e inglesa con profesores competentes, bajo la inspección de su representante el Marqués de Ustáriz.
Conviene subrayar que adelantándose al concepto de la educación integral, los responsables de la formación bolivariana no se preocuparon sólo por los conocimientos teóricos; El Libertador recibió desde niño lecciones de esgrima, equitación y baile.
Desde la antigüedad se ha apreciado el valor formativo de los viajes. Nada mejor para el logro de una genuina mentalidad comprensiva, de un, espíritu tolerante, de una visión perspectiva capaz de recibir la relatividad de las culturas, y por ende, de facilitar el progreso y desterrar el dogmatismo.
El propio Libertador asigna a los viajes una importancia fundamental en su carrera; el 10 de mayo de 1828 decía: "es de creer que en Caracas o San Mateo no me habrían nacido las ideas que me vinieron en mis viajes, y en América no hubiera tomado aquella experiencia ni hecho aquel estudio del mundo, de los hombres y de las cosas que tanto me ha servido en todo el curso de mi carrera política".
Tres viajes realizó Bolívar a Europa con motivos diversos, pero tácitamente con un solo fin: construcción de su personalidad, búsqueda y acumulación de experiencias, elaboración de un destino. El primer viaje, siendo niño, es de estudios y culmina con su matrimonio. Pasa por México y Cuba, se sitúa en España y conoce Francia. Tiene oportunidad de presenciar la coronación de Napoleón y de sentir desprecio por primera vez, por la actividad que responde única y ciegamente a la ambición de poder. El segundo viaje lleva por propósito la distracción de la viudez temprana, dura tres años en los cuales disipa una cuantiosa fortuna material, culmina en el Monte Sacro y en el Juramento definitivo: es el viaje de aprendizaje con Rodríguez. Visita España, Inglaterra, Francia, Portugal, Italia y parte de Austria y Alemania; a su regreso desembarca en los Estados Unidos. La visión de los diversos pueblos europeos, colectividades con tradición que arranca de remotos tiempos, lo hará ser más comprensivo con su pueblo. En Europa logrará un más exacto sentido de las proporciones que no puede alcanzar en su patria, hallará una más vieja y alta tribuna para asomarse al espectáculo del devenir universal. Europa lo incita a la reflexión. Con satisfacción maravillada advierte que los problemas de América desde allá se miran con más claridad. Bolívar se descubre a si mismo en Europa, se aprecia mejor, se autocritica con mayor justicia; en este viaje eligió su signo y cimentó la evidencia de que no iba equivocado. Bolívar calibra en este viaje la diferencia entre Europa y América: un continente con entidad espiritual lograda en más de dos mil años; y otro, con el problema de culturas desiguales que no logran fundirse, con tres siglos apenas de historia conocida, en trance de indagación de su propia alma.
En el tercer viaje a Europa, va de diplomático a la Gran Bretaña, como intérprete de una de las primeras embajadas venezolanas. Bolívar tiene ocasión de gustar calmadamente la vida inglesa, este viaje es también, por eso, fundamental; sentirá siempre una admiración extraordinaria por el pueblo inglés, en el cual halla mucho de lo que falta en América y que él se empeña en fundar: estabilidad, respeto, dignidad, sensatez, sentido práctico, le produce la más viva impresión; quiere para América ese grupo sencillo de virtudes británicas: realización efectiva de la libertad y democracia en un clima sin violencias; tradición amorosamente cultivada como elemento vertebrador de la personalidad colectiva a través de las épocas. Esta justa apreciación de la calidad de la sociedad británica es la razón que lleva a Bolívar a recomendar cuantas veces puede una alianza de América con el estilo de vida de Inglaterra.
No sólo a Europa se dirigió la inquietud bolivariana; después, en plena contienda emancipadora, y por imperativos y necesidades de la misma, recorre a pie, a caballo, en flecheras, bergantines, goletas, etc., la mayor porción del continente americano. Desde Boston a Plata, los puntos más septentrionales y meridionales del itinerario bolivariano, prácticamente nada le es desconocido; tuvo la vivencia exacta de la patria americana; Bolívar la vivió y la sintió íntegramente, y siempre estuvo donde fue necesaria su presencia. Quienes en nuestro tiempo viajan por vía aérea sobre los altos picos y profundas hondonadas de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, más o menos paralelamente al Pacifico, se asombran de la dimensión material del esfuerzo bolivariano.
Desde su adolescencia Bolívar tuvo el hábito de la lectura; el suyo fue un proceso continuo de vigorización y renovación de su personalidad intelectual. Es imposible construir una lista exhaustiva de los autores leídos por Bolívar, pero remitiéndonos nuevamente a la información contenida en sus escritos, debemos indicar a grandes rasgos que conocía los clásicos de la antigüedad, griegos y romanos: Homero, Polibio, Plutarco, César, Virgilio; todos los géneros. Clásicos modernos de España, Francia, Italia e Inglaterra. Igualmente de los más diversos sectores intelectuales: desde filósofos y políticos como Hobbes, hasta poetas como Tasso y Camoens, pasando por naturalista como Buffon, astrónomos como Lalande, economistas como Adam Smith. En sus cartas pueden hallarse muchos nombres regados con espontaneidad: los enciclopedistas y planificador Revolución Francesa, conocidos y estudiados a fondo y cuya influencia en el credo bolivariano es fácil de señalar: Montesquieu sobre todos. Rousseau, D'Alambert, Condillac, Voltaire. Además Cervantes, Locke, Helvetius, Ossian, Goguet, Llorente, Napoleón, Rollin, Berthot, De Pradt, Filangieri, Mahon, La Fontaine, Constant, Madame Staël, Grotius, Humboldt, Ramsay, Beaujour, Mably, Dumeril, Delius, Montholon, Arrien, Sismondi, etc.
En parte de sus libros, que regala a Tomás C. Mosquera en 1828, se encuentran los más diversos títulos. Claro índice de que su cultura no era unilateral es, además de los autores citados, la siguiente diversidad de títulos, idiomas y materias de su biblioteca: Epoques de I'Histoire de Prusse; Ensayo de la historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán; Description Générale de la Chine; Dictionnaire Géographique; Voyage to the South Atlantic; Gramática Italiana; Diccionario de la Academia; New Dictionary Spanish and English; Encyclopédie des enfants, Life of Washington; Dictionnaire des Hommes Célébres, Life of Scipio; Mémoires du Général Rapp; Medias Anatas y Lanzas del Perú; Cours Politique et Diplomatique de Bonaparte, Espíritu del derecho; Influences des Gouvernements; Congreso de Viena; Viajes de Anacarsis; Fétes el courtisanes de la Gréce; Code of laws of the Republic of Colombia.
Fue la suya una pasión de cultura que no conoció término; en todos y cada uno de los maestros del saber universal quiso aprender siquiera una idea que sirviera a la perfección de la obra de su vida: la creación de su América, su programa revolucionario.
Profesores había tenido hasta entonces; maestros, no. El maestro por antonomasia de Bolívar es Don Simón Rodríguez.
Antes de Rodríguez, los profesores habían tratado, sin gran éxito, como advertimos por la primera carta que de él conocemos, la carta al tío Pedro, de inculcarle conocimientos: el capuchino Andújar, de primeras letras, de religión, de moral, de gramática española; Andrés Bello, sólo dos años mayor que Bolívar, de aritmética, geografía y cosmografía; Guillermo Pelgrón, de latín. También tuvo otro profesor de nombre Vides. Ninguno dejó huella en él.
Algunos de estos profesores lo fueron simultáneamente. Todos contribuyeron, junto con la desaplicación del discípulo, para que éste aborreciese la sabiduría y a los sabios. Por lo menos a los sabios de la Colonia. Enseñanza baldía; profesores inútiles.
La casualidad pone en manos de Simón Rodríguez, pedagogo per sé y fanático de Juan Jacobo Rousseau, a un niño sano, rico, de alcurnia, inteligente, sin familia, sin padres siquiera a quienes rendir estrecha cuenta de aquella infancia. En suma, encuentra el Emilio ideal. Y Simón Rodríguez inicia la educación que aconseja Rousseau en su Emilio.
Bolívar es el primer hombre moderno, quizás el único, que haya sido educado para hombre libre. Para hombre libre, según Rousseau. Así como a los príncipes los educan para Reyes, a Bolívar lo educan para vivir libremente. El exageró un poco y se convirtió en Libertador.
Rodríguez le hizo cerrar los libros de texto y le abrió el gran libro de la naturaleza. Le enseña antes que nada a ser fuerte de alma y de cuerpo convivir con la naturaleza, sin ser víctima de ella. Le enseña a dar grandes caminatas a cabalgar días enteros, a nadar, a saltar. En los estanques, ríos y lagunas del campo nativo nada como un tritón horas y horas. Le transmite oralmente cuanto el discípulo puede asimilar. Y le obliga a leer a los grandes autores clásicos como Plutarco y a los modernos como Rousseau. A eso se limita.
Tenía el hábito de la lectura, que conservó toda su vida. Según Mancini, al salir de Venezuela había tomado para la travesía del Atlántico, a Plutarco, Montesquieu, Voltaire y Rousseau. Más de veinte años después, en 1828, Voltaire era su preferido, según Perú de Lacroix: "Después de almorzar -dice éste en el Diario de Bucaramanga- S.E. fue a ponerse en su hamaca y me llamó para que oyese el modo con que traduce los versos franceses en castellano; tomó la Guerra de los Dioses y la leyó como si fuera una obra escrita en español; lo hizo con facilidad, con prontitud y elocuencia; más de una hora quedé en oírlo y confieso que lo hice con gusto y que muy raras veces tuvo necesidad S.E. pedirme de traducirle algunas voces. En la comida volvió S.E. en hacer el elogio de la obra del Caballero de Parni; pasó después a elogiar las de Voltaire, que es su autor favorito; criticó luego algunos escritores ingleses, particularmente a Walter Scott, y concluyó diciendo que la Nueva Eloísa de Juan Jacobo Rousseau no le gustaba, por lo pesado de la obra y que sólo el estilo es admirable; que en Voltaire, se encuentra todo: estilo, grandes y profundos pensamientos, filosofía, crítica fina y diversión".
El propio Libertador dejó referencias de los autores que estudió y una de ellas parece referirse a la época de su vida en París. Sus expresiones en este caso -carta a Santander, fecha 20 de mayo de 1825- tienen desusada violencia, a causa de sentirse herido por un "godo, servil, embustero" que le atribuía escasos conocimientos: "Mi madre y mis tutores -dice- hicieron cuanto era posible para que yo aprendiese: me buscaron maestros de primer orden en mi país. Robinson, que Ud. conoce, fue mi maestro de primeras letras y gramática; de bellas letras y geografía, nuestro famoso Bello; se puso una academia de matemáticas sólo para mí por el padre Andújar, que estimó mucho el barón de Humboldt. Después me mandaron a Europa a continuar mis matemáticas en la Academia de San Fernando; y aprendía los idiomas extranjeros con maestros selectos de Madrid; todo bajo la dirección del sabio marqués de Ustáriz, en cuya casa vivía. Todavía muy niño, quizá sin poder aprender, se me dieron lecciones de esgrima, de baile y de equitación. Ciertamente que no aprendí ni la filosofía de Aristóteles, ni los códigos del crimen y del error; pero puede ser que Mr. de Mollien no haya estudiado tanto como yo a Locke, Condillac, Buffon, D'Alembert, Helvetius, Montesquieu, Mably, Filangieri, Lalande, Rousseau, Voltaire, Rollin, Berthot y todos los clásicos de la antigüedad, así filósofos, historiadores, oradores y poetas, y todos los clásicos modernos de España, Francia, Italia y gran parte de los ingleses".
"Con todo, las obras de los autores franceses modernos, y los filósofos de esa nación, forman lo más consistente de su acervo cultural, o por lo menos lo que más ampliamente se refleja en sus escritos. Los nombres de Montesquieu, de Rosseau, de Voltaire -en especial, los dos primeros- son frecuentemente mencionados, y sus ideas aducidas, sea para apoyarlas o para combatirlas. Se tiene la impresión -pero no es, hasta ahora, sino eso- de que las obras de Montesquieu hablan principalmente a la inteligencia de Bolívar, en tanto que las de Rousseau hallan sobre todo eco en su sensibilidad. Junto a ellos, el conde Volney, cuya dedicatoria en la edición castellana cita Bolívar textualmente en su Discurso de Angostura y de quien vuelve a acordarse en el Cuzco, en 1825. También el abate Raynal, Marmontel, la baronesa de Staël, Carnot el Convencional, Benjamín Constant, el poeta Casimir Delavigne, el Abate De Pradt, el Obispo Gregoire, el conde Guibert, La Condamine, el Abate Carlos de Saint Pierre, Sieyés. Y, junto a ellos, Racine y Corneille, Boileau, La Fontaine y Descartes, para no repetir los nombres que el propio Bolívar da en su carta de Arequipa".
O'Leary también nos menciona los filósofos estudiados por El Libertador; y no puede haber duda de que se refiere a la época del segundo viaje de Bolívar a Europa, cuando dice: "Helvecio, Holbach, Hume, entre otros, fueron los autores cuyo estudio aconsejó Rodríguez". Y agrega: "Admiraba Bolívar la austera independencia de Hobbes, a pesar de las marcadas tendencias monárquicas de sus escritos; pero le cautivaron más las opiniones especulativas de Spinoza, y en ellas, tal vez, debemos buscar el origen de algunas de sus propias ideas políticas". La seguridad con que lanza estos juicios el cuidadoso edecán de El Libertador, nos hace meditar. ¿Será lícito suponer que Bolívar comentó a menudo con él los autores que cita? Sabemos que El Libertador le encargó a Chile, en 1823, obras de Voltaire, Locke, Robertson y otros escritores.
Al 1legar a París, él y Fernando Toro se encontraron con varios jóvenes hispanoamericanos, entre los cuales estaban los ecuatorianos Carlos Montúfar y Vicente Rocafuerte. Montúfar era hijo del Marqués de Selva Alegre, que sería en 1809 Presidente de la Junta Revolucionaria establecida en Quito, la primera en Suramérica; y él mismo dio su vida en la lucha por la independencia. Rocafuerte no tomó parte activa en la emancipación, y por eso se sentía en una "falsa posición" frente a sus antiguos compañeros, y fue enemigo de El Libertador durante los últimos años de la Gran Colombia.
Entre estos extranjeros en la flor de la edad, así agrupados en la ciudad encantadora, se estableció rápidamente amable e íntima camaradería. En la cual participaba -sorprendente hallazgo- don Simón Rodríguez, el recordado maestro de Caracas. No olvidemos que Rodríguez apenas había rebasado los treinta años, y por eso fue, en gran parte, sólo un compañero más en aquel grupo. En 1826 le escribía a Bolívar: "No sé si usted se acuerda que estando en París, siempre tenía yo la culpa de cuanto sucedía a Toro, Montúfar, a usted y a todos sus amigos", palabras que sugieren las amistosas riñas que a cada momento surgirían entre aquellos jóvenes y el travieso pero respetado pedagogo.
La vocación de Bolívar era el ejercicio de las armas. En enero de 1797 ingresó como cadete en el Batallón de Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, del cual había sido Coronel años atrás su propio padre. No tenía aún 14 años cumplidos. En julio del año siguiente, cuando fue ascendido a Subteniente, se anotaba en su hoja de servicios: Valor conocido, aplicación: sobresaliente. El adiestramiento práctico en los deberes militares lo combinaba Bolívar con el aprendizaje teórico de materias consideradas entonces la base de la formación castrense: las matemáticas, el dibujo topográfico, la física, etc., que aprendió en la Academia establecida en la propia casa de Bolívar por el sabio Capuchino Fray Francisco de Andújar desde mediados de 1798, y a la cual asistían también varios amigos de Simón.
A comienzos de 1799 viajó a España. En Madrid, bajo la dirección de sus tíos Esteban y Pedro Palacios y la rectoría moral e intelectual del sabio Marqués de Ustáriz, se entregó con pasión al estudio. Recibió allí la educación propia de un gentilhombre que se destinaba al mundo y al ejercicio de las armas: amplió sus conocimientos de historia, de literatura clásica y moderna, y de matemáticas, inició el estudio del francés, y aprendió también la esgrima y el bailé, haciendo en todo rápidos progresos. La frecuentación de tertulias y salones pulió su espíritu, enriqueció su idioma, y le dio mayor aplomo.
RASGOS FISICOS
Y ahora sí, próximo a la plenitud, aunque sólo tenía veintitrés años, y enriquecido por conocimientos y observaciones sobre los cuales había aprendido a reflexionar, podemos comenzar a buscar en él al futuro Libertador. Tal como se presentó en Caracas le convenía ya, con las salvedades imprescindibles, el retrato que muchos años después le hizo su edecán O'Leary: "Bolívar -escribe- tenía la frente alta, pero no muy ancha, y surcada de arrugas desde temprana edad, indicio de pensador; pobladas y bien formadas cejas; los ojos negros, vivos y penetrantes; la nariz larga y perfecta: tuvo en ella un pequeño lobanillo que le preocupó mucho, hasta que desapareció en 1820 dejando una señal casi imperceptible; los pómulos salientes; las mejillas hundidas, desde que lo conocí en 1818; la boca fea y los labios algo gruesos. La distancia de la nariz a la boca era notable. Los dientes blancos, uniformes y bellísimos; cuidábalos con esmero. Las orejas grandes pero bien puestas. El pelo negro, fino y crespo lo llevaba largo en los años 1818 a 1821, en que empezó a encanecer. Y desde entonces lo usó corto. Las patillas y bigotes rubios; se los afeitó por primera vez en el Potosí, en 1825. Su estatura era de cinco pies seis pulgadas inglesas. Tenía el pecho angosto; el cuerpo delgado, las piernas sobre todo. La piel morena y algo áspera. Las manos y los pies pequeños y bien formados que cualquier mujer habría envidiado. Su aspecto, cuando estaba de buen humor, era apacible, pero terrible cuando irritado: el cambio era increíble.
"Hablaba mucho y bien; poseía el raro don de la conversación y gustaba de referir anécdotas de su vida pasada. Su estilo era florido y correcto; sus discursos y sus escritos están llenos de imágenes atrevidas y originales. Sus proclamas son modelos de la elocuencia militar. En sus despachos lucen, a la par de la galanura del estilo, la claridad y la precisión. En sus órdenes, que comunicaba a sus tenientes, no olvidaba ni los detalles más triviales, todo lo calculaba, todo lo preveía".
"Tenía el don de la persuasión, y sabía inspirar confianza a los demás. A esas cualidades se deben, en gran parte, los asombrosos triunfos que obtuvo en circunstancias tan difíciles, que otro hombre sin esas dotes y sin su temple de alma se habría desalentado. Genio creador por excelencia, sacaba recursos de la nada".
"Gran conocedor de los hombres y del corazón humano, comprendía a primera vista para qué podía servir cada cual; muy rara vez se equivocó. Hablaba y escribía francés correctamente, e italiano con bastante perfección; de inglés sabía poco, aunque lo suficiente para entender lo que leía. Conocía a fondo los clásicos griegos y latinos, que había estudiado, y los leía siempre con gusto en las buenas traducciones francesas".
Así lo verían, a su regreso, en Caracas. Ahora sí era verdad que "nadie lo reconocería", según la expresión hiperbólico que usan en Venezuela, sobre todo los ancianos, para indicar los cambios experimentados por un joven.
PERSONALIDAD
Nota sobresaliente en la faceta intelectual de El Libertador es la objetividad, o sea, la característica mental que permite reconocer y apreciar los hechos -independientemente de la simpatía o antipatía que puedan inspirar- en su tamaño propio y dentro de estructuras totales.
La objetividad en Bolívar se expresa en dos direcciones. Una individual, que denominaremos autocrítica, concretada en el exacto conocimiento de sí mismo. Y otra referida hacia los demás, y que llamaremos ecuanimidad.
En el político es fundamental conocerse. Es rara esta cualidad; lo corriente es que el individuo ignore sus posibilidades, que se supervalore o se subestime, que tenga entrabada su personalidad por una de esas embarazosas armaduras psíquicas que son los complejos. En el prepórtico de su vida pública, Bolívar escribió: "Es siempre útil el conocerse, y saber lo que se puede esperar de sí". Con claridad entendió cuál era su empresa, y no se equivocó en cuanto a su temperamento y sus aptitudes. Dice que no está hecho para la función sedentaria y que detesta la administración. Sabe que los peligros lo tonifican; siente que su ánimo se estimula ante la adversidad. No pide reposo material para pensar mejor; sabia abstraerse, aislarse en medio de humanos torbellinos y concentrarse en la meditación de sus ideas. "Hay hombres -decía- que necesitan estar solos y bien retirados de todo ruido para poder pensar y meditar; yo pensaba, reflexionaba y meditaba en medio de la sociedad, de los placeres, del ruido y de las balas. Sí, me hallaba solo en medio de mucha gente, porque me hallaba con mis ideas y sin distracción".
En cuanto a su personalidad mental -en sentido estricto- la apreciación más exacta, comprobable por quienquiera que analice su obra, es la que de manera condensada él mismo formula así en 1825: "No soy difuso.... soy precipitado, descuidado e impaciente..., multiplico las ideas en muy pocas palabras".
Un testimonio fidedigno, aparte de los escritos a disposición del más severo examen, el de Luis Peru de Lacroix en 1828, confirmará la concisión bolivariana. Peru de Lacroix lo vio y observó muy de cerca: "En todas las acciones de El Libertador y en su conversación se ve siempre, como he dicho, una extrema viveza: sus preguntas son cortas y concisas; le gustan contestaciones iguales, y cuando alguno sale de la cuestión, le dice, con una especie de impaciencia, que no es lo que ha preguntado: nada difuso le gusta".
Su precipitación la había observado desde su niñez; en la primera carta que de él se conserva dice que se le "ocurren todas las especies de un golpe". Esa precipitación le impedirá ser más afortunado y certero en la planificación de ciertas instituciones. Es igualmente fácil comprobar lo que afirma sobre su descuido e impaciencia.
Merece consideración particular su aserto autocrático de que multiplica las ideas en muy pocas palabras. El mérito de Bolívar, implícito en su peculiar don de síntesis, es el de su riqueza conceptual e ideológica. Podrían citarse muchas expresiones suyas, líneas breves con una potencia de enseñanza insospechada a simple vista. Por esta característica, su pensamiento ha sido objeto de las más diversas interpretaciones; algo parecido a lo que, salvando la distancia, ocurre con versículos bíblicos. Todos los traficantes políticos, los gestores de todos los partidos americanos han buscado en palabras de Bolívar, banderas para sus parcialidades; ello no lo asombra: "Con mi nombre se quiere hacer en Colombia el bien y el mal, y muchos lo invocan como el texto de sus disparates". Medítese la frase: el texto de sus disparates, y se comprenderá por qué ha sido difícil para el lector ordinario, acostumbrado a las informaciones indirectas, el conocimiento verídico de las ideas de Bolívar. En la mayor parte de los casos, el lector común, nuestro hombre medio, precisamente aquél para quien forjó El Libertador su doctrina, se halla perplejo al no poder separar la propaganda de la verdad. Son muy escasos los intérpretes objetivos y globales del pensamiento bolivariano; todavía se persiguen en la obra de El Libertador expresiones sueltas para pretender justificar indignidades o cubrir miserias. A Bolívar no puede comprendérsele si el estudioso no posee al par que una mentalidad científicamente capaz, comprensiva y avisada, una gran escrupulosidad ética. Aún abundan esos que hábilmente silencian la voz acusadora de Bolívar, para dar resonancia a la parte que parece servirles en sus aventuras; pero si esta traición al pensamiento bolivariano, en cuanto a un inteligente escamoteo de sus palabras, es absolutamente perniciosa, más lo es aún la interpretación desagajada de su unidad original. Son solidariamente culpables del pésimo conocimiento que se tiene de Bolívar, todos sus intérpretes fragmentarios. Su obra no es para leerse y comprenderse por cuotas, ni para asimilarse en frases aisladas. El estudio honesto, y naturalmente el estudio científico -con la ética propia de la investigación auténtica- ha de penetrar en la unidad, ha de reconstruir previamente el panorama; en este sentido el método indicado es buscar la estructura, entender en conjunto y asimilar de manera global. Tal es la fórmula para un acercamiento válido a su obra; y no se crea que ésta es una recomendación más o menos influída por los métodos científicos en boga; es pauta del propio Libertador, quien precisamente refiriéndose al Discurso de Angostura -su más densa expresión política- da al futuro la técnica interpretativa por intermedio de su amigo Don Guillermo White: "Tenga Ud. la bondad de leer con atención mi discurso, sin atender a sus partes, sino al todo de él".
Múltiples testimonios de un espíritu ecuánime, de una mentalidad objetiva capacitada para mirar la verdad sin apasionamiento, hallamos repetidas veces en su obra. Su ecuanimidad no se empaña ni se desmiente, ni siquiera cuando se trata de hechos que le atañen por referirse a su familia. Tampoco cuando se trata de sus amigos; los conoce bien, y sabe dónde pueden dar el mejor rendimiento.
Sus aciertos en la apreciación de méritos son notables, el cariño no logra desviarlo; así dice llanamente a Santander en 1823: "los intendentes de Bogotá y Caracas son eminentemente malos, con ser los mejores del mundo y mis mejores amigos". Esta virtud mental posee mucho interés para la estimación de su labor intelectual; ya no habrá sorpresa cuando se diga que El Libertador era un observador de mirada precisa, capacitado para formular una crítica imparcial. Esta cualidad especialmente ha de tener fecunda proyección en su opinión política, sociológica e histórica.
Era además un hombre de mirada aguda; no pasaba tan inadvertidamente por encima de las cosas mínimas, como ordinariamente se cree. Está siempre atento a su circunstancia con ojos que abarcan a los grandes hechos y a los pequeños: en Guayaquil nota prontamente que se casan muy tempranos los muchachos; desde Lima subraya que "en Caracas era moda pensar todos mal contra el gobierno". Y véase igualmente el caso del joven Michelena a quien destituye en Lima; la conducta de Bolívar responde en este caso a un cuidadoso proceso de observación.
Su don observador unido a su ecuanimidad llévalo a un conocimiento exacto de sus hombres; ya anotamos que conocía las aptitudes de éstos.
Estudiaba la personalidad psíquica de sus amigos, y aplicaba a cada uno el tratamiento adecuado; en este sentido es un psicólogo espontáneo, sus cartas más cuidadosas y políticas son para Santander, sus cartas más plenas de nobleza y afecto son para Sucre.
Por último en la fisonomía intelectual de Bolívar señalaremos su tendencia discreta al humorismo, la facilidad para captar -hasta en momentos serios- la nota risueña. Asimismo llamamos la atención sobre su forma tan espontánea de mezclar expresiones populares en sus cartas; Bolívar repetía frases del vulgo, conocía sus refranes y los aplicaba con tino
Cualidades morales de Bolívar son la nobleza de espíritu y la constancia. La nobleza espiritual ya supone una serie de virtudes, supone sobre todo una buena capacidad de desprecio; Bolívar sabía despreciar, sorprende que en sus cartas no se ocupe, con la debida insistencia, de sus enemigos; trabajo cuesta indagar en su correspondencia los nombres de sus adversarios.
La constancia es el denominador común de la empresa de Bolívar; jamás cede él en su propósito, su voluntad "no desmaya y aún se fortifica con la adversidad", por eso la consigna de Pativilca ha llegado a simbolizar su carácter. "El valor, la habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna", dijo en su primer memorial político. Es efectivo el afán que jamás se doblega.
Su carácter práctico y dinámico, encaminado directamente hacia sus objetivos, explica una de sus críticas básicas a los hombres de la Primera República, quienes, a juicio de Bolívar, se equivocaron al pensar que sus principios saldrían victoriosos y serían respetarlos por su sola verdad y bondad intrínsecas. El triunfo de una doctrina es obra de tenacidad y de lucha, su bondad es aliciente y estímulo para que sus propugnadores no la abandonen.
La vida entera de Bolívar fue fiel a la idea de la necesidad de la acción permanente; reconocía en todo instante la creadora proyección de la energía, sin ella "no resplandece nunca el mérito, y sin fuerza no hay virtud, y sin valor no hay gloria". En la historia halla asideros, recuerda que más le valió a Cicerón un rasgo de valentía que todos los prodigios de su genio. Si se investiga el perfil de su deber, se comprende por qué existe en Bolívar junto a un carácter generoso un hombre riguroso e inexorable, terrible cuando las circunstancias son terribles. Su actividad utiliza los elementos propios de la disciplina y de la fuerza cuando ha menester; no sólo fusila desertores y traidores y encarcela delincuentes y deudores del Estado, sino que su justicia toca hasta sus allegados. En hora crítica, obligado a restar una ventaja a sus antagonistas, decreto la guerra a muerte; después vendrá el momento de celebrar el tratado regularizador de la contienda; y el mismo firmante de la proclama de Trujillo señalará más adelante a sus soldados "la obligación rigurosa de ser más piadosos que valientes".
El Libertador tenía noción de su propia personalidad, y sabía los linderos y la dimensión de su esfuerzo. Conoció la magnitud de su obra; era llano y sencillo. En las páginas de Peru de Lacroix, quien lo retrata con ojos de intimidad, se advierte la personalidad de Bolívar constituida por rasgos sobrios y severos, fáciles en todo momento de ser reconocidos y observados sin misterio.
La figura moral de Simón Bolívar se refleja en todas su expresiones. El investigador científico no encuentra inconsecuencias en los escritos de Bolívar, porque no las hubo. Don Vicente Lecuna, sabio en materia bolivariana, recogió en forma que obliga la gratitud del mundo, la obra escrita de El Libertador. La honestidad y competencia del eminente compilador es garantía suficiente de que no ha habido lagunas convencionales, ni ocultamientos, ni tergiversaciones, ni cortes ni enmendaturas. Las fuentes, siempre claras, están indicadas en todas las publicaciones hechas por Lecuna, con absoluta precisión.
Mas no es necesario buscar en los libros la dimensión moral de Bolívar, más que en palabras ella consta en hechos, está en la vida de quien pudo decir: "¡Para qué necesitaré yo de Colombia! ¡Hasta sus ruinas han de aumentar mi gloria! Serán los colombianos los que pasarán a la posteridad cubiertos de ignominia, pero no yo. Ninguna pasión me ciega en esta parte, y si para algo sirviera la pasión en juicios de esta naturaleza, sería para dar testimonios irrefragables de pureza y desprendimiento. Mi único amor siempre ha sido el de la patria; mi única ambición, su libertad".

miércoles, 16 de diciembre de 2015

SIMÓN BOLÍVAR MÁS ALLÁ DE LA ETERNIDAD

Bolívar escuchó, en los estertores de la muerte, los ladridos fantasmales de Nevado, el perro fiel que le acompañó en muchas batallas. Esa misma mañana del 17 de diciembre se lo encomendó para siempre al indígena Tinjacá, al que la tropa y oficiales de nuestro Simón, apodaron como “El edecán de Nevado”.
Raúl Freytez / Óleo de Arturo Michelena año 1888
Óleo de Arturo Michelena (1888). Esta obra de arte se encuentra en el Palacio de Gobierno de Carabobo.
Óleo de Arturo Michelena (1888). Esta obra de arte se encuentra en el Palacio de Gobierno de Carabobo.
Sí. Libertador. Mi “Título más glorioso”
Quiso Dios de salvajes formar un gran imperio y creó a Manco Cápac; pecó su raza, y mandó a Pizarro. Después de tres siglos de expiaciones, ha tenido piedad de la América y os ha creado a vos. Sois pues el hombre de un designio providencial; nada de lo hecho atrás se parece a lo que habéis hecho; y para que alguno pueda imitaros, será preciso que haya otro mundo para libertar... Habéis fundado cinco repúblicas, que en el inmenso desarrollo a que están llamadas, elevarán vuestra grandeza, donde ninguno ha llegado. Vuestra fama aumentará así como aumenta el tiempo con el transcurso de los siglos y así como crece la sombra cuando el sol declina”. (Premonición del mestizo peruano José Domingo Choquehuanca).
Bolívar lo tuvo todo desde niño pues su familia era adinerada, y ahora yacía en un catre ante la vista de su séquito, extenuado por las enfermedades mal curadas, la crudeza de las batallas y las desilusiones. Aún era muy rico, pero solo en la grandeza de su obra magna, la libertad de Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela, así como la fundación de Bolivia. El Libertador jamás se aprovechó del erario público. “Declaro que no poseo otros bienes más que las tierras y minas de Aroa, situadas en la Provincia de Carabobo” (hoy territorio de Yaracuy), según el cuarto punto del Testamento de Simón Bolívar, del 10 de diciembre de 1830.
Ciudad de Santa Marta, departamento del Magdalena, Colombia. En sus últimas horas de vida, entre los sopores de la agonía, Simón Bolívar con seguridad cabalgó al galope de los recuerdos. Se vio al frente de los soldados más valientes de la época; esos hombres sabían que en cada batalla su hora había llegado, pero antes de morir se llevaron con ellos por lo menos dos o más enemigos al infierno. ¿Trescientos años de calma no bastan?
Bolívar deliraba. Con los ojos cerrados se solazó en el aroma de las mujeres que tuvo a montones, y no solo por su grandeza de genio universal, sino también por su presencia “embrujadora”, “encantadora”, “galante”, sencillamente abrumadora. Pero no hay nombres. Los caballeros no tienen memoria.
De repente se vio niño en los brazos de quienes fueran sus nodrizas ocasionales, y su boca reseca saboreó la tibieza del líquido perlino de Luisa Mancebo de Miyares, una dama española y luego amamantado por Hipólita, una esclava negra de la familia Bolívar y Blanco. En ese instante sus labios se entreabrieron, pero no dejó escapar más que un débil gemido.
Bolívar recordó el tronar de la tierra tras el escape del ejército español que triplicaba sus fuerzas armadas con mayor número de soldados, pero los pocos patriotas que tenía a su mando, que luego se hicieron miles, buscaban la libertad de Venezuela aunque perdieran la vida en el intento.
El soldado recordó el recorrido a lo largo del río Magdalena, hasta llegar a Cúcuta, y de ahí rápidamente a San Antonio del Táchira, seguido de sus leales oficiales Ricaurte, D'Elhuyar, Urdaneta, Ribas y Girardot, entre muchos patriotas para iniciar la Campaña Admirable que lo llevó triunfante a Caracas. Era el año de 1813. Luego los vítores del pueblo llegaron a sus oídos: ¡Es el Libertador! Eso fue en Mérida. El sudor bañaba su frente y el escalofrío febril le hacía temblar cada palmo de su cuerpo. Sí. Libertador. Mi “Título más glorioso”.
El pueblo de Mucuchíes, en su Plaza Bolívar, erigió un monumento al indígena Tinjacá y a "Nevado".
El pueblo de Mucuchíes, en su Plaza Bolívar, erigió un monumento al indígena Tinjacá y a "Nevado".
“¡Se me murió mi señor!”
Gritos y olor a pólvora. La guerra. O ellos, o nosotros. Y entonces firmó el Decreto de guerra a muerte. Corrió mucha sangre, pero ese apenas fue el inicio. Luego fue José Tomás Boves, después La Victoria, San Mateo y Carabobo. Los Llanos, Bogotá, Perú, Ecuador…El hedor a menjurjes, remedios y pócimas del doctor Reverend le hizo toser y de nuevo se desvaneció en la oscuridad de sus pesadillas, mientras recibía los santos sacramentos en las palabras serenas de Hermenegildo Barranco, el humilde sacerdote de Mamatoco, pastor de almas en ese poblado de Santa Marta.
Bolívar escuchó, en los estertores de la muerte, los ladridos fantasmales de "Nevado", el perro fiel que le acompañó en muchas batallas. Esa misma mañana del 17 de diciembre se lo encomendó para siempre al indígena Tinjacá, al que la tropa y oficiales de nuestro Simón, apodaron como “El edecán de Nevado”.
Ahora le obligan a bajarse del lomo de su caballo Palomo, su corpulento ariete de batalla más preciado, un regalo de la campesina colombiana Casilda. Entre el rumor opacado y triste de los oficiales y allegados presentes en esa pequeña habitación de la Quinta San Pedro Alejandrino, la bestia de pelaje blanco escuchó la débil orden de su amo. Un relincho hizo palpitar las sienes del Libertador. La orden era esperarlo más allá de la eternidad.
El 17 de diciembre de 1830 falleció Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, unos minutos después de la una de la tarde. Algunos autores afirman que a la 1:03.55. Tenía 47 años de edad. El médico que estuvo a su lado, Alejandro Próspero Reverend no pudo hacer nada más para mitigar su agonía. José Palacios, su mayordomo oficial, en un rincón del cuarto evocó las frases de Su Excelencia: “Vámonos, aquí no nos quieren”, y exclamó entre sollozos: “¡Se me murió mi señor!”.
El cuerpo del Libertador fue sepultado en el altar mayor de la Catedral Basílica de Santa Marta, hasta el año de 1842 que trasladaran su ataúd a la ciudad de Caracas, en el Templo de San Francisco para los funerales de rigor. Posteriormente su féretro fue conducido a la cripta de los Bolívar y Palacios en la Capilla de la Santísima Trinidad de la Catedral caraqueña. Luego su tumba estuvo ubicada en la nave central del Panteón Nacional de Venezuela y en la actualidad sus restos mortales reposan en una urna de cristal en el nuevo mausoleo construido como una extensión del Camposanto, obra dirigida por el arquitecto Francisco Sesto. La urna de plomo donde estuvo desde 1876 hasta 2011 está en el Museo Bolivariano”.
El general Mariano Montilla, siempre fiel al legado del Libertador, fue uno de los acompañantes de los últimos días de Bolívar, junto a otros oficiales, y contrató al médico francés, Alejandro Próspero Reverénd, quien aceptó la encomienda sin cobrar honorario alguno. Luego redactó 33 boletines dando parte del grave estado de salud del ilustre paciente.

BOLETÍN NÚMERO 32 (ÚLTIMOS DÍAS DEL LIBERTADOR)
Todos los síntomas están llegando al último grado de intensidad; el pulso está en el mayor decaimiento; el fácies está más hipocrático que antes; en fin, la muerte está próxima. Frotaciones estimulantes, cordiales y sagú. Los vejigatorios han purgado muy poco. —Diciembre 17, a las siete de la mañana.—REVEREND.
BOLETÍN NÚMERO 33
Desde las ocho hasta la una del día que ha fallecido S. E. el Libertador, todos los síntomas han señalado más y más la proximidad de la muerte. Respiración anhelosa, pulso apenas sensible, cara hipocrática, supresión total de orines, etc. A las doce empezó el ronquido, y a la una en punto espiró el Exmo. Señor Libertador, después de una agonía larga pero tranquila.—San Pedro, Diciembre 17, a la una del día—REVEREND.
Es copia: fecha a la una y media de la tarde.—Cepeda, Secretario.
Cartagena, enero 12 de 1831.
El secretario de la prefectura, JUAN BAUTISTA CALCAÑO.

martes, 15 de diciembre de 2015

“No tengo más título que el de haber sido el último médico de Simón Bolívar, el Genio de América, el más grande y el más convencido sacerdote de la democracia que hayan conocido los siglos”. Afirmó el Dr, Alejandro Próspero Reverend. Los boletines redactados por él y el protocolo de la autopsia, constituyen el único testimonio histórico y médico de la enfermedad y muerte de Simón Bolívar, causada según su opinión por "Tisis Pulmonar".
BOLETÍN NÚMERO 24 (ÚLTIMOS DÍAS DEL LIBERTADOR)
S. E. se halla casi lo mismo, con la diferencia que los síntomas han perdido algo de su fuerza. Así es que el calor ha vuelto a los extremos, el pulso está menos deprimido, etc. Además ha arrojado algunos esputos. A pesar de las pocas esperanzas, siguen siempre los fortificantes y alimentos nutritivos, como el sagú con vino.—Diciembre 15, a las seis de la mañana.—REVEREND.
BOLETÍN NÚMERO 25
S. E. sigue lo mismo y aun le vuelve a ratos el hipo. Está siempre con el mismo desvarío. La tos se ha vuelto seca, y no esputa casi nada. La lengua seca en su centro. El pulso menos blando. Sin embargo el frío en los extremos no ha vuelto como ayer. Medicamente pectoral. Sagú por alimento cada dos horas.—Diciembre 15, a la una de la tarde—REVEREND.
BOLETÍN NÚMERO 26
El estado de S. E. es siempre crítico. El mismo desvarío, palabras balbucientes, semblante más decaído, estupor en el rostro, orines en pequeña cantidad; voz ronca, la lengua algo seca, poca expectoración. Las fuerzas vitales estimuladas por el arte no bastan para tanta complicación, y por consiguiente hay muy poca, o por mejor decir, ninguna esperanza de conservar la vida de S.E. el Libertador. Sin embargo siguen los remedios pectorales, y unturas anodinas en el pecho; refrescos en la cabeza, y frotaciones espirituosas en los extremos. Sagú por alimento.— Diciembre 15, a las cinco de la tarde.—REVEREND.
BOLETÍN NÚMERO 27
Vuelven a agravarse los síntomas peligrosos de que se ha hablado antes en los últimos boletines. Ha vuelto el hipo a menudo, la cabeza se ha puesto calurosa, y el frío ha invadido otra vez los extremos; de consiguiente ha resultado el desvarío continuado que S. E. tiene desde esta tarde. La voz se ha puesto más ronca y las palabras balbucientes. Nada de despejo en todo el día. El pecho no se afloja, aunque la tos no es mucha. Los orines son pocos. Refrescos en la cabeza, dos ventosas en las espaldas, y dos vejigatorios en las pantorrillas; el de la nuca ha purgado poco. Se le dieron dos cucharadas de una poción antiespasmódica, y se contuvo el hipo. Tisana pectoral incisiva por agua común. Se le pusieron dos lavativas. Por alimento una taza de sagú cada dos horas.—Diciembre 15, a las nueve de la noche.—REVEREND.

lunes, 14 de diciembre de 2015


Un rumor de desaliento cunde entre los oficiales y allegados del Libertador, que le acompañan en esa pequeña habitación de la Quinta de San Pedro Alejandrino. Mientras tanto el Dr. Alejandro Próspero Reverend cuida del ilustre americano y a ratos redacta con precisión el estado de ánimo de Bolívar...
BOLETÍN NÚMERO 19 (ÚLTIMOS DÍAS DEL LIBERTADOR)
La noche del día 13 al 14 S. E. (Simón Bolívar), ha tenido un poco de descanso, efecto de un julepe anodino, y untura emoliente en el pecho. Desde las doce hasta las seis de la mañana durmió sin despertarse, y de consiguiente sin toser. Sin embargo sigue el entorpecimiento en las sensaciones; la lengua está más húmeda y menos irritada; la voz ronca, y mientras dormía el pecho le silbaba. Hay siempre incontinencia de orina. El pulso está menos frecuente y algo blando. El vejigatorio ha purgado algo; después de haberlo curado S. E. ha tenido unas bascas y un vómito. Tisana pectoral, untura anodina en el pecho, y sagú por alimento.—Diciembre 14 a las ocho de la mañana.—REVEREND.
BOLETÍN NÚMERO 20
El Libertador se va empeorando más. El pulso, de regular que estaba a las ocho, se ha vuelto deprimido. Los extremos se mantienen fríos. Un sopor casi de continuo se ha apoderado de S. E. El semblante está más abatido, y pronostica la proximidad de la muerte. Tose muy poco y nada expectora. Fortificantes y estimulantes al exterior. Diciembre 14, a las once de la mañana.—REVEREND.
BOLETÍN NÚMERO 21
S. E. sigue en el mismo estado de postración, y aún, peor. Poco a poco se le van agotando las fuerzas vitales. Decúbito en las espaldas, coma vigil, el fácies algo hipocrático, el sopor lo mismo, la respiración estertorosa, palabras balbucientes, y frío excesivo en los extremos, son los síntomas que tiene el enfermo. Ninguna esperanza nos queda. Siempre se usan los fortificantes interior y exteriormente. Sagú con vino es el alimento que puede pasar.—Diciembre 14, a la una y media de la tarde.—REVEREND.
BOLETÍN NÚMERO 22
S. E. sigue siempre declinando. Los únicos remedios que se usan son los fortificantes. El sopor permanece lo mismo que los demás síntomas expresados en el boletín anterior número 21 Diciembre 14, a las cuatro de la tarde.—REVEREND.
BOLETÍN NÚMERO 23
S. E. está en el mismo estado de postración. Sin embargo no han crecido de un modo sensible los síntomas expresados en los dos boletines antecedentes. El pulso está siempre deprimido, los extremos fríos, las palabras balbucientes, etc, pero el hipo no ha sido tan a menudo esta noche. El vejigatorio purga poco, y tiene la llaga un color blanquisco. Se sigue el mismo método, es decir fortificantes al exterior y al interior, sinapismos, y untura anodina en el pecho. Sagú con vino por alimento. —Diciembre 14, a las nueve de la noche.—REVEREND

domingo, 13 de diciembre de 2015

Biografía Juan Pablo Pérez Alfonso (Padre de la OPEP)

(Domingo, 13 de Diciembre de 1903)
Biografía Juan Pablo Pérez Alfonso (Padre de la OPEP)
Nace en Caracas, Juan Pablo Pérez Alfonso. Se le conoce como el "Padre de la OPEP". Obtuvo el título de Doctor en Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Central, en 1931, para lo cual presentó una tesis titulada: "La legítima defensa de los derechos patrimoniales".
Ejerció la profesión de abogado durante varios años, especializándose en Derecho Civil. En 1936, luego de la muerte de Juan Vicente Gómez, comienza su actividad política, vinculándose al Movimiento de Organización Venezolana (ORVE), cuyos estatutos redactó y posteriormente, al Partido Democrático Nacional (PDN), donde fue estableciendo una estrecha amistad con Rómulo Betancourt. En 1941, fue uno de los miembros fundadores de Acción Democrática (AD). Para 1945 fue designado Vicepresidente de dicho partido. En su carácter de Ministro de Fomento, a cuyo despacho correspondía entonces todo lo relacionado con Minas e Hidrocarburos, estableció las bases de la política denominada de "No más concesiones petroleras" y fue autor principal de la reforma legal, adoptada el 12 de noviembre de 1948, mediante la cual se estableció la fórmula conocida mundialmente como el fifty-fifty (50-50), de reparto del excedente petrolero entre el fisco nacional y las compañías concesionarias extranjeras.
A la caída del gobierno de Rómulo Gallegos, el 24 de noviembre de 1948, fue apresado, pasando siete meses en la cárcel Modelo de Propatria (Caracas) y posteriormente expulsado del país. Vivió con su familia en los Estados Unidos y México, hasta la caída de Marcos Pérez Jiménez en 1958. Al asumir la Presidencia de la República, Rómulo Betancourt, en 1959, lo nombró Ministro de Minas e Hidrocarburos, cargo que ejerció hasta 1963. Encabezó la delegación venezolana al I Congreso Petrolero Árabe celebrado en El Cairo (abril 1959) en el que se gestó la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).
Pérez Alfonzo consideraba la regulación de la producción como la mejor forma de controlar los precios del petróleo. En este sentido, sugirió en El Cairo la creación de un órgano de consulta de los países exportadores de petróleo, la Comisión Coordinadora para la Conservación y el Comercio de los Hidrocarburos, que fue el antecedente inmediato de la OPEP, en cuya iniciativa lo acompañó el jeque Abdullah El Tariki, para entonces ministro de Petróleo de Arabia Saudita. En colaboración con El Tariki, Pérez Alfonzo, formuló, en mayo de 1960, las bases del "Compacto Petrolero" que luego sería la OPEP, la cual se constituyó el 14 de septiembre de ese mismo año, en Bagdad, con 5 países miembros fundadores: Arabia Saudita, Irak, Irán, Kuwait y Venezuela, cuyo conjunto aportaba el 88% de la exportación mundial de petróleo para ese año. Por ello, Juan Pablo Pérez Alfonzo ha sido considerado como el "Padre de la OPEP".
En 1961, publicó su primer libro, "Petróleo: Jugo de la Tierra". A mediados de 1963, se retiró de la vida pública activa, aunque siguió hasta su muerte estudiando la materia petrolera y aportando opiniones e ideas para la mejor defensa del interés nacional en ese campo fundamental. Desarrolló, en particular, la tesis denominada "el efecto Venezuela", sobre las consecuencias negativas para el país de la exagerada abundancia de recursos fiscales y financieros originados en el petróleo y administrados ineficientemente sin que se pudiera logra la buena "siembra de petróleo", tantas veces preconizada por los dirigentes nacionales.
Murió de cáncer en los Estados Unidos. En acatamiento a su voluntad testamentaria, su cadáver fue cremado y sus cenizas esparcidas en el mar. Juan Pablo Pérez Alfonso es una prueba más de que alguna vez hubo un partido que era conocido como “el partido del pueblo” y que hoy nada conserva de aquellas glorias.

BOLETÍN NÚMERO 17 (ÚLTIMOS DÍAS DEL LIBERTADOR)
La noche del 12, al 13, S. E. (Simón Bolívar), la pasó con mucha inquietud y desvelo, mudándose a cada rato de la cama a la hamaca y de la hamaca a la cama, con unos quejidos continuos, pero sin poder explicar sus achaques. Orines involuntarios, frecuente y en poca cantidad. Tos seca y muy a menudo, pero sin expectoración. El pulso frecuente y más blando que ayer, pero más deprimido. La voz algo pesada y la expresión más trabajosa. El vejigatorio ha purgado poco. Finalmente, S. E. está más abatido que en los días anteriores. La cabeza siempre calurosa. Refrescos a la cabeza y tisana emoliente por agua común. Sagú por alimento.—Diciembre 13, a las ocho de la mañana.— REVEREND.