martes, 10 de diciembre de 2013

La Última Proclama

(Viernes, 10 de Diciembre de 1830)
El 10 de diciembre de 1830 es el día de la última proclama del Libertador, dictada desde su lecho de moribundo. Firmó el testamento y recibió los Santos Sacramentos de manos del humilde cura de la aldea de Mamatoco, quien llegó en la noche con sus acólitos y varios indígenas.
Luego, rodeado de sus más íntimos amigos, como José Laurencio Silva, Mariano Montilla, Joaquín de Mier, Ujueta, Fernando Bolívar, etc., el notario Catalino Noguera empezó a leer el histórico documento, pero apenas llegó a la mitad, porque la emoción y el dolor le ahogaron la voz. Continuó la lectura Manuel Recuero. La última Proclama dice así:
Simón Bolívar,
Libertador de Colombia, etc.
A los pueblos de Colombia

Colombianos:
Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiábais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.
Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales.
¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.
Hacienda de San Pedro, en Santa Marta, a 10 de diciembre de 1830.
Simón Bolívar

lunes, 9 de diciembre de 2013

La Batalla de Ayacucho

(Jueves, 9 de Diciembre de 1824)
El 9 de diciembre de 1824, Antonio José de Sucre, con 6.000 soldados, se enfrenta y vence al virrey La Serna, quien guía 9.320 hombres, en el campo inmortal de Ayacucho, que en lengua quechua quiere decir Rincón de los Muertos.
Poco antes, Bolívar le había escrito- «Expóngase usted, general, a todas las contingencias de una batalla antes que a los peligros de una retirada». J.A. Cova dice que la Batalla de Ayacucho «no es solamente una épica acción de armas en cuanto a técnica y pericia militar. Es más: la creación de un gran artista, de un supremo artífice que ha vivido soñando con su obra maestra y finalmente la ve realizada con todos los contornos de la obra perfecta. En Ayacucho nada faltó para dar majestad y carácter a la suprema concepción de Sucre».
Con Ayacucho se dio libertad al Perú y también al Alto Perú, que después se llamó Bolivia. Asistieron a Sucre oficiales de la talla de Jacinto Lara, La Mar, Córdova, Miller, José Laurencio Silva. Sucre ofreció a los vencidos una capitulación tan gloriosa como la misma batalla, por estimar que «es digno de la generosidad americana conceder algunos honores a soldados que han permanecido y vencido catorce años en el Perú.»
La jornada de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, terminó en el Sur la guerra de independencia que comenzó en el Norte con la batalla de Lexington el 19 de abril de 1775.
El continente americano, de polo á polo, iba á ser libre.
Tenían los realistas 9.320 hombres disponibles de todas armas y once piezas de artillería. Sucre sólo contaba con 6.000 hombres de infantería y caballería, y una sola pieza de artillería.
¿Hay alguien que crea que nuestras fuerzas eran desiguales? No; que allí estaba Córdova, y Silva y Luque, y Lara, y Lamar, y sobre todo Sucre, que valía un ejército. -Este recorría las filas diciendo á los soldados: De los esfuerzos de este día depende la suerte del Sur América. Este será un día de gloria que coronará nuestra constancia. Soldados! viva el Libertador, viva Bolívar, el Salvador del Perú! - Tan animadas palabras produjeron un efecto eléctrico y fueron seguidas de «vivas» entusiastas!...
Valdez atacó nuestra división Lamar, y, con tal ímpetu, que por el momento la obligó á ceder.- En el acto Sucre que con una serenidad inalterable vigilaba desde un punto llamado la Sabaneta, los movimientos de ambos ejércitos, ordenó á Córdova que cargara sobre el centro enemigo, y reforzó la división Lamar. - Córdova se desmontó de su caballo y desnudando la espada lo mató. «Soldado, les dijo gallardamente, yo no quiero medios para escapar y sólo conservo mi espada para vencer. Adelante, paso de vencedores! « - Y no fue fanfarronada; porque cayó sobre dos batallones de la división Villalobos y sobre ocho escuadrones y los arrolló en un momento.- Nada pudo resistir su carga.- Monet corrió con su división en ayuda de Villalobos; pero Córdova la desbarató también. En breves instantes, Monet estaba herido, varios jefes habían perecido, y los soldados se dispersaban con pavor. Dos batallones quisieron formarse, pero Córdova no les dio tiempo...
- Al frente de la caballería colombiana estaba Silva. ¿Podrían los realistas sufrir su terrible choque? Silva herido gravemente desde el principio, vertiendo sangre, era irresistible. No pensaba en la muerte, sino en la libertad y en la gloria, y se entraba furioso por las lanzas castellanas.- Atónito el Virrey, ordenó adelantar la reserva que mandaba Canterac, con la intimación expresa de hacer el último y más desesperado esfuerzo. Todo fue en vano! Nuestros soldados (señaladamente los colombianos) eran hombres a toda prueba, regidos por capitanes valerosísimos, ganosos todos de honra, fieles á los intereses de la independencia y determinados á perder la vida o reconquistar la libertad de la América: ¿qué triunfo podía obtenerse contra estos hombres? Al principio el combate había sido infeliz en nuestra izquierda; pero muy luego se restableció la pelea, y nada pudo resistir la embestida simultánea de nuestras tropas. La derrota se hizo general entre los realistas, y como dice el parte oficial, la derrota fue completa y absoluta. Lamar persiguió á los vencidos atravesando profundas y escabrosas cañadas que se le interponían.- Córdova trepó con sus batallones las ásperas faldas del Condorcanqui é hizo prisionero al Virrey. Lara marchó por el centro y continuó la persecución. Los españoles se vieron cortados en todas direcciones. El triunfo fue nuestro, alcanzado á impulsos del valor y del heroísmo. Contra doble fuerza pelearon nuestros soldados; y en la tarde de aquel espléndido y venturoso día, nuestros depósitos contaban más prisioneros que tropas para custodiarlos. ¿Qué arbitrio quedaba á los realistas? - Morir o entregarse......... Ellos se entregaron!! - A las cinco y media de la tarde se presentó en nuestro campo el Comandante Mediavilla, ayudante de campo del General Valdez, solicitando por el General en Jefe para proponer una capitulación. Luego vinieron los Generales Canterac y Carratalá, y ajustaron con el modesto Sucre las condiciones de aquel tratado, que se firmó en Quinúa.
Canterac firmó la capitulación por la prisión del Virrey.
Los términos de este convenio fueron: lº. que serían transportados á costa de la República todos los individuos del ejército español que quisieran regresar á su patria, socorriéndoles entre tanto con media paga, y que se admitirían en el Perú en su mismo empleo á los que prefiriesen continuar sirviendo en este país; 2º. que ninguna persona sería incomodada por sus opiniones y servicios prestados a la causa del Rey, y que se permitiría salir del Perú y disponer dentro de tres años de sus propiedades á todas las personas que quisieran ejecutarlo; 3º. que los Generales, Jefes y Oficiales prisioneros en la batalla y en la campaña anterior quedarían en libertad, conservando todos los capitulados el uso de sus espadas y uniformes, y la más completa seguridad para reunir sus intereses y familias, trasladándose al efecto á los lugares que escogieran; más no podrían volver á tomar las armas contra la América en la guerra de independencia, ni trasladarse á punto alguno ocupado por las armas de la metrópoli; 4º. que se entregarían él Ejército Unido Libertados los restos del español y todo el territorio que dominaban las tropas reales hasta el Desaguadero, junto con las guarniciones, parques, maestranza, almacenes militares y los demás objetos correspondientes al Gobierno de la Península. Debía comprenderse la plaza del Callao, que se entregaría al Libertador, permitiéndose á los buques españoles de guerra y los mercantes hacer víveres en los puertos del Perú, por el término de seis meses, y aprestarse para su largo viaje, á cuyo efecto se les franquearían los correspondientes pasaportes para salir con seguridad del Pacífico y seguir á los puertos de Europa.
Por efecto de este convenio quedaron en nuestro poder, como prisioneros de guerra los Generales Laserna, Canterac, Valdez, Carratalá, Monet, Villalobos, Ferraz, Bedoya, Somocurcio, Atero, Cacho, Landazuri, GarcíaCamba, Pardo, Vigil y Tur, 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 ofíciales y toda la tropa. Aunque las fuerzas realistas disponibles en Ayacucho alcanzaron á 9.3 10 hombres, que fueron batidos por 5.780 de nuestros valientes, no perdieron arriba de 2.400 entre muertos y heridos; mucha parte de la tropa, abandonando las armas, se escapó furtivamente.
Es esta la célebre batalla de Ayacucho que consumó la independencia americana.- El comportamiento de nuestras tropas fue brillante por extremo en aquel glorioso día; pero nada hubo comparable con el ardimiento de Córdova, que destrozó la mayor parte del ejército español. Córdova fue ascendido á General de división en el mismo campo de batalla. Apenas contaba veinte y cinco años de edad! - Hé aquí las palabras de un testigo presencial y por su carácter muy exacto y justiciero. «Sucre, dice el General Miller en sus Memorias, expuesto durante la acción á todos los peligros, porque se halló donde quiera que su presencia fue necesaria, hizo pruebas de la mayor sangre fría, su ejemplo produjo el mejor efecto.- Lamar desplegó las mismas cualidades y con una enérgica elocuencia conducía los cuerpos al ataque y los conservaba en formación. El heroísmo de Córdova fue la admiración de todo el mundo.- Lara estuvo brillante de actividad y de disciplina.- Gamarra ostentó su tacto habitual.- Los coroneles O'Connor, y Plaza, los oficiales de los cuerpos. Carvajal, Silva, Suárez, Blanco, Braun, Medina, Olavarría que hicieron alarde de tanto valor en Junín, se distinguieron otra vez en Ayacucho». Miller, añadiré yo para completar el cuadro, Miller á la cabeza del regimiento de Húsares de Junín, se comportó con una inteligencia y un valor sereno dignos de él, que era tan ilustre militar.
Nueve de diciembre de 1824. ¡Día de gloria y de esplendor en los anales de nuestra libertad! ¡Día de bendición, en que lució la suave aurora del contento y de la más magnífica esperanza! En él, una batalla brillante, la más mágica de la historia, fijó para siempre el destino de nuestro suelo, y los españoles abandonaron esta tierra codiciada, cuyas riquezas fueron origen de tanta ruinas!.
La obra estupenda que se inició el 19 de abril de 1810 quedó allí terminada. ¡Dióse el grito en Caracas de independencia, y al cabo de catorce años de lucha sin ejemplo, un venezolano digno amigo y alumno de Bolívar, selló con un prodigio en el Perú, la empresa el designio de nuestra emancipación... !
(Larrazabal - Vida del Libertador).
DE LA VIDA DEL GENERAL SUCRE ESCRITA POR EL LIBERTADOR BATALLA DE AYACUCHO (FRAGMENTO)

El ejército recibió todos los auxilios necesarios debidos, sin duda, tanto á los pueblos peruanos que los prestaban como al Jefe que los había ordenado tan oportuna y discretamente.
El General Sucre después de la acción de Junín se consagró de nuevo a la mejora y alivio del ejército. Los hospitales fueron provistos por él, y los piquetes que venían de alta al ejército, eran auxiliados por el mismo General: estos cuidados dieron al ejército dos mil hombres, que quizá habrían perecido en la miseria sin el esmero del que consagraba sus desvelos á tan piadoso servicio. Para el General Sucre todo sacrificio por la humanidad y por la patria, parece glorioso. Ninguna atención bondadosa es indigna de su corazón: él es el general del soldado.
Cuando el Libertador lo dejó encargado de conducir la campaña durante el invierno que entraba, el General Sucre desplegó todos los talentos superiores que lo han conducido á obtener la más brillante campaña de cuantas forman la gloria de los hijos del nuevo mundo. La marcha del ejército unido desde la provincia de Cochabamba hasta Huamanga, es una operación insigne, comparable quizá á la más grande que presenta la historia militar. Nuestro ejército era inferior en mitad al enemigo, que poseía infinitas ventajas materiales sobre el nuestro. Nosotros nos veíamos forzados á desfilar sobre riscos, gargantas, ríos, cumbres, abismos, siempre en presencia de un ejército enemigo, y siempre superior. Esta corta, pero terrible campaña, tiene un mérito todavía que no es bien conocido en su ejecución: ella merece un César que la describa.
La batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del General Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina. Maniobras hábiles y prontas desbarataron en una hora á los vencedores de catorce años, y á un enemigo perfectamente constituido y hábilmente mandado. Ayacucho es la desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho, semejante á Waterloo, que decidió del destino de la Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas. Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando á los americanos el ejercicio de sus derechos y el sagrado imperio de la naturaleza.
El General Sucre es el padre de Ayacucho: es el redentor de los hijos del Sol: es el que ha roto las cadenas con que envolvió Pizarro el imperio de los Incas. La posteridad representará á Sucre con un pié en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Capac y contemplando las cadenas del Perú, rotas por su espada.

Doña María de la Concepción

(Sábado, 9 de Diciembre de 1758)
Doña María de la Concepción
El 9 de diciembre de 1758 nace en Caracas María de la Concepción Palacios y Blanco, madre de Simón Bolívar. A los quince años de edad casó con Juan Vicente Bolívar y Ponte. Los Palacios siempre fueron gente de buen gusto. A doña María de la Concepción le apasionaba la música, tocaba la flauta con delicadeza, sobre todo en las veladas familiares. Murió muy joven, a los 34 años de edad, dejando huérfanos a María Antonia, Juana, Juan Vicente y Simón Bolívar. Su recio carácter le había permitido manejar con buen tino los negocios y las propiedades que dejara su esposo.
Pocos datos se tienen sobre doña María de la Concepción Palacios. Fue la primogénita de don Feliciano de Palacios y Sojo y de doña Francisca Blanco y Herrera. Su educación estuvo al cuidado de sus padres y debió de ser muy esmerada, pues se sabe que redactaba con propiedad y era aficionada a la música y a la pintura. La prematura muerte de su esposo, ocurrida cuando llevaban apenas 13 años de matrimonio, la enfrentó con la doble responsabilidad que suponía la educación de sus cuatro pequeños hijos y la correcta administración de los bienes dejados en herencia por su difunto esposo. En el celo, austeridad y consagración que dedicó a cumplir estos deberes está sin duda el retrato moral de una matrona de costumbres morigeradas, de profundo sentido religioso y familiar, dedicada por entero a sus obligaciones como cabeza de familia. Falleció en Caracas el 6 de julio de 1792, a consecuencias de una hemotisis. Su menor hijo, Simón, contaba apenas 9 años de edad.
Los restos de los padres del libertador, así como los de la esposa de éste, y algunos otros deudos, descansan en la Capilla de la Trinidad, en la Catedral de Caracas. Un monumento del notable escultor italiano Vittorio Macho, señala el sitio donde duermen.
FRAGMENTO DEL DISCURSO DEL Pbro. Dr. CARLOS BORGES EL 5 DE JULIO DE 1921, EN EL ACTO DE ABRIRSE POR PRIMERA VEZ AL PUBLICO LA CASA NATAL DEL LIBERTADOR
Tiempo es ya, amigos míos, de que se nos presente a la señora de la casa: Doña María de la Concepción Palacios y Blanco de Bolívar y Ponte. Tiene veintitrés años: su belleza es fina y delicada como la de los lirios avileños. Porte gentil, silueta aristocrática, y un aire indefinible de ingénita prestancia que la distingue entre todas las de su rango. Su estatura, ni grande ni pequeña, es la que Shakespeare requería para la bienamada: llega hasta el corazón de su marido. Ojos grandes y negros, de suave fulgor místico, a la sombra de luengas pestañas, ojos candorosos y humildes, inconscientes de su poder y de su gloria. Negro, también, y ondulante y copioso el cabello. Boca de dulzura y de gracia, donde es luz la sonrisa, la bondad miel y música el acento. Tez de blancura alabastrina, con esa palidez de buen tono de las jóvenes principales, criadas y florecidas, faltas de sol y mundo pero pulcras de cuerpo y alma, en el recogimiento conventual de los viejos casones coloniales. La benignidad y la ternura le son connaturales, como el perfume a la azucena y la dulcedumbre al panal. Jamás en su presencia se fustigó al esclavo sin que al punto ella no detuviese, imperiosa o suplicante, el brazo del verdugo. Y alguna vez dio sus pechos de madre joven al huerfanillo negro, y cerró los ojos del anciano que envaneció sirviendo a la familia por más de tres generaciones. Por eso la veneran los infelices como a una Isabel de Hungría. Y es de verla por esas calles, rumbo al templo, con su real traje de terciopelo negro guarnecido de riquísimas blondas, en su litera de patricia, dorada como un trono. Pórtanla con orgullo sobre sus recios hombros cuatro hércules africanos, un gracioso grupo de doncellas mulatas la precede, llevando una la alfombra, otra el abrigo, ésta la sombrilla, y aquélla de quince años - su ahijada y favorita- el devocionario y el flabelo de su buena ama y madrina; todas limpias y honestas, tocadas de blanco, cubierto el núbil seno por vistoso pañuelo de Madrás, de estreno la gaitera alpargata, y olorosos a jabón de Castillo y a mastranto y a alhucema la camisa de gala y el fustán dominguero.
A fuera de Palacios y Sojo, también es ella filarmónica, y canta, y pulsa el arpa y se atreve con la guitarra. En extremo pulcra y hacendosa, mantiene la casa, según su habitual expresión, "como una tacita de plata". Y aunque le sobran sirvientes, esta mujer insigne que ha heredado de sus mayores el culto por los santos y por los héroes, sacerdotisa y reina del hogar, con sus propias manos cubre de flores el altar doméstico, prende la lamparita de la Virgen, pone al sol las antiguas banderas y limpia y abrillanta los aceros de las panoplias. Y a veces... como ante un espejo mágico que le hiciera inefables revelaciones, se queda pensativa y como soñando ante la hoja de una espada.
Tres veces madre a los veintidós años, ya se advierte en ella esa ennoblecedora fatiga que sigue siempre a los grandes esfuerzos creadores, y por la cual el mismo Dios, según dice en figura el Génesis, se sienta a descansar ante su obra. La aparente debilidad de su constitución física, cierta expresión como de abatimiento en su semblante, y su misma temprana y excesiva fecundidad anterior, harían tal vez creer que se ha agotado en ella la sagrada fuente de la vida.
Pero la omnipotencia del Altísimo ha puesto prodigiosas y extraordinarias reservas de energías fisiológicas y morales en esta admirable criatura, predestinada a concebir en sus entrañas al redentor de América.