sábado, 20 de julio de 2013

La terrible Emigración a Oriente. La caída de una República bajo la violencia realista.

El año 1814 es particularmente trágico en
la historia de Venezuela, no sólo por la
cantidad de batallas que tuvieron lugar en
los campos, sino por los feroces ataques
que estremecieron ciudades y pueblos.
Las bajas no se dieron sólo dentro del ejército,
el desastre fue general. Ese año despertaron los
oprimidos, los esclavos, los mestizos, los zambos y
todos quienes se sentían sometidos por el poder de
los mantuanos.
Incitados, agrupados y liderados por el asturiano
José Tomás Boves, los nuevos soldados insurrectos
lucharon curiosamente con el apoyo de la corona
española contra el ejército patriota. Fue bajo esta
circunstancia que sucumbió la Segunda República.
Al ejército de 7000 hombres que logró armar
este caudillo español arraigado en los llanos se le
solía llamar la “Legión Infernal”. La ola de rumores
sobre sus matanzas y saqueos, que circulaban
desde principios de 1814, principalmente publicados
en la Gaceta de Caracas, el periódico vocero
en ese momento del partido realista, aterrorizó a
la población caraqueña ante la eventual llegada de
Boves, y se organizó la evacuación de la ciudad
hacia el Levante. Para la época, la población de la
capital no alcanzaba los treinta mil habitantes; veinte
mil de ellos emprendieron el desesperado éxodo
que se conoce en la historia como la Emigración
a Oriente.
Los bienes y las riquezas que tomaban por la
fuerza los alzados en las grandes haciendas y en las
ciudades constituía sin duda un poderoso estimulo
para alistarse en el ejército de Boves. La principal
fuente de recursos era precisamente los saqueos,
el botín del triunfo era repartido entre las tropas,
evidencia de ello son los relatos de testigos que
cuentan cómo los hombres del asturiano vestían las
ropas de sus victimas, tomaban armas y pertrechos,
incluyendo licores, y montaban sus caballos.
Aun cuando la sublevación de los humildes
contra los terratenientes y poderosos pudiera verse
legitimada por cierto discurso igualitario, la furia y la
violencia con que se dio ensombrece toda causa
justa. Boves saciaba a través de la furia popular su
peculiar sed de venganza.
Juan Uslar Pietri lo describe en su libro Historia
de la Rebelión Popular de 1814 con las siguientes
palabras: “Boves es el primer autócrata que tiene el
mando absoluto de Venezuela. Es el primer ‘César’
de nuestra larga historia caudillesca. Todos tiemblan
en su presencia y hace y deshace con el poder de
la misma manera que luego habrían de repetir Páez,
Monagas, Guzmán Blanco, Cipriano Castro y Juan
Vicente Gómez”.

El asturiano
Boves era un hombre blanco, de ojos azules y
cabello rubio, nacido treinta y dos años antes de
aquel año fatídico en Asturias, España, donde a
temprana edad se graduó de piloto en la marina
mercante, para luego dedicarse a la piratería naval
entre las Antillas y Venezuela. Fue durante ocho
años prisionero por este delito en Puerto Cabello, y
después desterrado a Calabozo, donde montó una
pulpería (una bodega) y traficó con ganado. Allí se
relacionó con los esclavos negros y los llaneros, con
quienes simpatizaba.
Cuando comenzó la guerra de Independencia
en 1811 se alistó en las filas patriotas, pero por
su condición social se le negó la oportunidad de
ser comandante de caballería. Se cambió al bando
del ejército realista donde, en corto tiempo, logró el
rango de capitán. Por su manera de ser, informal,
arrojado y carismático, logró convocar bajo su
mando tanto a esclavos, capataces, peones de los
hatos y pulperos, como a asesinos y presidiarios, en
quienes cultivó el odio hacia los blancos ricos.
Para comprender las razones que motivaron
a Boves para “prometer a la escoria del pueblo
las fortunas de las clases altas”, según relata
Manuel Palacio Fajardo, en su libro Bosquejo de
la Revolución en la América Española, publicado
en Londres en 1817, es preciso tomar en cuenta
la situación de discriminación que existía a
comienzos del siglo XIX. La segregación no sólo
era de raza sino de condición social, como revela,
por ejemplo, el trato de exclusión hacia aquellos
españoles blancos que llegaron para trabajar en
el comercio.

La toma de Valencia
Tras una serie de derrotas sufridas por Bolívar
y los patriotas, especialmente en la batalla de
La Puerta el 15 de junio de 1814, los habitantes
de Valencia y Caracas perdieron todas las
esperanzas sembradas después de la Campaña
Admirable y la restauración de la República,
y comenzaron a percibir la sombra acechante de
la muerte.
Controlados los valles de Aragua, Boves sitió
Valencia durante veinte días y engañó al jefe de la
plaza, Juan Escalona, quien aceptó un tratado de
rendición. Acuerdo que luego el asturiano no cumplió
y muchos fueron pasados por las armas.
Buscando congraciarse con los vencedores,
el valenciano Miguel Malpica recibió a Boves
en su casa con todos los honores, donde acudieron
en busca de clemencia miembros de las familias
más renombradas de la ciudad. Se celebró una
ceremonia dantesca: las mujeres inconsolables por
sus muertos fueron obligadas a bailar el “piquirico”,
mientras Boves continuaba ordenando asesinatos.
Los testimonios de quienes sobrevivieron acerca de
lo acontecido en Valencia relatan no sólo saqueos,
sino casas quemadas, templos violados y robados,
cadáveres de hombres y mu-jeres por doquier.
En la capital, Simón Bolívar se preparaba desesperadamente
para la resistencia, pero en vista
del desorden que se había apoderado de la ciudad
y de las amenazas de insurrección de negros y
pardos, decidió la evacuación de la ciudad el 6 de
julio de 1814. Tres días después Boves recibía una
comunicación enviada por el Arzobispo de Caracas
Narciso Coll y Prat, informándole que la capital se
entregaba sin condiciones a los realistas.

La venganza
La Junta Gubernamental provisional compuesta
por el Arzobispo, el Marqués de Casa-León y Don
Rafael Escorihuela, y escogida para representar
al Rey durante la llegada del ejército de Boves
a Caracas, decidió enviar una comisión con tres
representantes para recibir a la columna de vanguardia
comandada por el mulato Machado, temido
por su fama de sanguinario. Entre los comisionados
iba el Conde de La Granja, quien había sido el
dueño y patrón de Machado. Este, al reconocer a
su antiguo amo lo ejecutó en el acto.
Aunque los realistas ya habían tomado Caracas,
apenas el 16 de julio arribó Boves y fue recibido
por la Junta Gubernamental y el Clero con una
cordial acogida, que incluyó la celebración de un
Te Deum en agradecimiento por el triunfo de las
armas españolas. Quizás debido a este recibimiento
Esin resistencia, Boves y sus tropas se comportaron
con cierto recato en Caracas. No hubo grandes
matanzas y los saqueos no fueron mayores porque
además los patriotas, en su fuga, vaciaron las pulperías
de provisiones y las pertenencias del Gobierno,
así como toda la platería confiscada a las iglesias,
fueron anticipadamente despachadas a Barcelona.
Oficialmente, Boves era sólo Comandante General
de Barlovento y Gobernador e Intendente de
las Provincias de Cumaná y Barcelona. Sin embargo,
el terror que imponía su fama y su presencia le permitieron
obtener el rango de Comandante General
del Ejército Español. Bajo estas facultades temporales,
el caudillo organizó a su antojo la ciudad: creó
un tribunal de apelaciones contra las decisiones
del Gobernador, nombró un nuevo Gobernador, un
Intendente. Todos esos actos fueron vistos como
una franca insubordinación contra el Rey de España.
En sus atribuidas funciones Boves llevó a cabo una
política de revancha social, colocando en los mejores
cargos a pardos, negros y zambos. Juan Uslar
Pietri escribe al respecto: “Caracas se inclinaba
ante aquellos que hasta ayer no fueron más que
sus esclavos”.

La fuga
El horror fue un pesado equipaje que cargaron
las veinte mil almas durante los veinte días que
les tomó llegar a Barcelona, con Bolívar encabezando
la procesión. Sólo sobrevivieron nueve
mil; los más débiles se rendían ante el tortuoso
camino recorrido a pie, ante la intemperie, ante
la sed y el hambre, ante las bestias salvajes
o ante los ataques de guerrillas rezagadas.
Mujeres, niños y ancianos, escoltados por 1200
soldados, cuyo mando confió el Libertador a
Soublette, tuvieron que atravesar bajo intensas
lluvias tropicales montañas, selvas y sabanas.
El general José Trinidad Morán escribió en
sus Memorias: "Veinte mil almas de ambos
sexos y de todas edades seguían nuestros
pasos. Casi toda la emigración iba a pie ycomo el camino de la montaña de Capaya hacia
Barcelona es lo más fragoso, consternaba ver a
las señoras y niñas distinguidas, acostumbradas
a las suavidades de la vida civilizada, marchar
con el lodo a las rodillas sacando fuerzas de la
flaqueza, para salvar su honor y su vida, amenazados
por la horda de facinerosos que acaudillaba
Boves. Nuestras tropas les proporcionaban
para aliviarlas cuanto estaba en nuestras manos,
pero no fue posible hacerlo con todas en una
emigración tan numerosa, y muchas perecieron
de hambre y de cansancio, ahogadas en los
ríos o devoradas por las fieras que abundan en
aquellos bosques".
Muchas familias caraqueñas se encontraban
en aquella travesía infernal. Cuando llegaron
a La Pica, un grupo decidió continuar por “el
camino de afuera” pasando por Cúpira a Sabana
de Uchire, y de allí a Clarines por Guanape. Un
segundo grupo, que decidió realizar la travesía
por “el camino de la costa”, fue atacado en
la orilla del mar por barcos españoles que los
cañonearon matando a gran parte de ellos.
Pero ni siquiera la esperanza de conseguir
la salvación al arribo sirvió, pues las fuerzas de
Boves, comandadas por el teniente Francisco
Tomás Morales, les esperaron en Barcelona. El
18 de agosto Morales derrotó al ejército patriota
en Aragua de Barcelona. Tras el fracaso, Bolívar
se dirigió a Cumaná, y allí un consejo de oficiales
encabezado por José Félix Ribas lo desconoció
como jefe de las fuerzas republicanas. El 8 de
septiembre, Bolívar y Mariño fueron expulsados
a Cartagena en la Nueva Granada, quedando
Ribas como jefe absoluto.
A pesar de todo, el general Ribas logró reunir
4000 hombres para atacar a Boves en Urica, el
5 de diciembre de aquel tormentoso año 1814,
lugar donde el ejército patriota salió destrozado.
Boves ganó la batalla pero murió alcanzado
por una lanza patriota. El general José Félix
Ribas fue capturado días después en el Puerto
de Aragua y decapitado. Su cabeza frita en
aceite pendió durante dos años en la plaza
mayor de Caracas.
Muchos historiadores coinciden en marcar
el fin de la Segunda República con la muerte
de Boves. El caudillo asturiano de los zambos
no tuvo sucesor, aunque vinieran otros militares
de España a enfrentar la gesta independentista.
Quienes luego lideraron a los llaneros venezolanos
fueron Páez, Monagas, Cedeño y Anzoátegui,
pero esta vez los temibles lanceros de los llanos
pelearon por la libertad de la patria. Sobre el
fallecimiento de Boves escribiría el Libertador:
"La muerte de Boves es un gran mal para los
españoles, porque difícilmente se encontrarán
en otro las cualidades de aquel jefe"

Comprender la Independencia: Batalla de Agua de Obispos

ACONTECIMIENTO
Girardot
derrota a Cañas
Alexander Torres Iriarte
(Coordinador)

En lo que hoy es Trujillo se
dio este acontecimiento de gran
importancia en la Guerra de la
Independencia venezolana, y
que fue una de las acciones de
la Campaña Admirable.
El jefe realista Manuel Cañas
se refugiaba en Carache, por lo
que Atanasio Girardot enfiló
sus baterías hacia esa localidad
el 17 de junio de 1813, después
del mediodía. Al caer la noche,
Manuel Cañas llevó a sus hombres
a las alturas de Agua de
Obispos, lugar donde se produjo
el encuentro al día siguiente.
Ya a la luz del día, chocaron
las fuerzas de Atanasio
Girardot y Manuel Cañas. La
victoria la obtuvo el bando revolucionario,
lo cual fue muy
importante, porque facilitó el
avance de Simón Bolívar en la
región andina.

DOCUMENTO
Estandarte
republicano

Atanasio Girardot, desde su
cuartel general de la vanguardia
del Ejército, en Carache,
le envió el 19 de junio de 1813
una misiva al brigadier Simón
Bolívar en la que le informa el
resultado la Batalla de Agua de
Obispos del día anterior:
“Me puse en marcha en busca
del enemigo la tarde del 17 y
logré acampar al anochecer a
su vista, y como una legua de su
campo establecido en la altura
de Pozo Seco; pero temeroso de
que lo sorprendiera aquella noche,
abandonó la ventajosísima
posición que ocupaba, y se trasladó
a la toma de Agua de Obispos,
que llaman las Rancherías
de Matías, como tres cuartos de
leguas más atrás.
Al amanecer del día de ayer
levanté mi campo, y me puse
en marcha, solicitando el encuentro
con el enemigo: efectivamente
a la hora y media de
marcha tuve la dulce satisfacción
de verlo en número de 400
fusileros y 50 de a caballo, formado
en cuatro alas, y en dos
estrechos distintos, al parecer
inaccesibles, que figuraban un
zic-zac: determiné atacarlo, y
enarbolando el estandarte republicano
(…) haciéndoles de
paso sesenta y tres prisioneros,
entre los cuales tres oficiales, y
a Don Miguel Barreto, y al isleño
José Rodríguez, y tomándoles
un cañón de batir montado
con veinte tiros de pólvora y
metralla, ochenta y ocho balas
rasas, treinta lanzafuegos,
ochenta fusiles, quince bayonetas,
mil y quinientos cartuchos
de fusil con bala, siete escopetas,
algunos correajes, pistolas
y sables, cuarenta cargas de
víveres, bastantes caballerías,
y mucho ganado vacuno”.

CONCEPTO
Legua

Es una medida de longitud
que varía entre los países o regiones.
Originalmente, se estimaba
con base en el trecho que
regularmente se andaba en una
hora, y que en el antiguo sistema
español equivalía a 5,5727
km. Ejemplo de su variabilidad
es que en la Roma antigua, la
legua equivalía a 3 millas romanas,
que eran unos 4,435 km,
mientras que en la Francia moderna
medía 4,44 km. La legua
marina se calculaba en 5,555
km.
Estos valores aún los reconoce
la metrología (ciencias de
las mediciones). No obstante,
la legua es una unidad de distancia
que no se utiliza mucho
en el mundo contemporáneo.
En todo caso, hoy en día su
equivalente es de 4,8 km (o 3,0
millas) .

PERSONAJE
Francisco
Antonio Rosario

Nació el 13 de junio de 1761 en
el sector El Carmen, parroquia
Chiquinquirá de Trujillo. De
una vida que raya entre la veracidad
y el mito su presencia es
importante en la Independencia
de Venezuela. Estudió para
el sacerdocio en Maracaibo y
Mérida. En la ciudad andina se
ordenó entre 1786 y 1787. Fue vicario
de Monay, Escuque, y en
1793 llegó a Mendoza.
De ideas políticas progresistas
el padre Rosario propuso
que el Poder Legislativo estuviera
a cargo de un Colegio
Federal integrado
por 18 diputados,
que se encargarían
de nombrar a los
miembros del Poder
Ejecutivo, integrado
por cinco personas
que se rotarían
mensualmente en
la presidencia, formando
el Cuerpo
Superior de Gobierno.
En el
caso trujillano
enfatizó que se
le diera atribuciones
de Tribunal de Apelaciones
y que se compartiera
con el Cabildo la administración
de la provincia andina.
A finales de 1810 Francisco
Antonio Rosario presentó un
proyecto de Provincia Confederada,
dividida en corregimientos,
parroquias y aldeas
con un ayuntamiento y una
gobernación, además de un
partido capitular subdividido
en pueblos con ayuntamiento
propio. Como revolucionario se
encontró entre los rubricantes
de la primera Constitución de
Trujillo.
A Rosario se le tiene como el
corredactor, junto a Simón Bolívar,
del Decreto de Guerra a
Muerte del 15 de junio de 1813.
Asimismo es ponderado como
un comprometido agente de la
libertad contra el yugo español.
En 1818 dio libertad a sus
esclavos y fundó asociaciones
benéficas distribuyendo sus
bienes entre los más necesitados.
Francisco Antonio Rosario
falleció en su lar nativo el 31 de
julio de 1847.

POSICIÓN
Héroes
y gentilicio

La historia de la Independencia
puede ser una cantera inagotable
de grandeza. Reconocer el
papel jugado por Atanasio Girardot
y el padre Rosario en el
Trujillo de la Campaña Admirable
es un hecho que enaltece
tanto a los héroes como al gentilicio
andino. Traer a colación
el 18 de junio de 1813 en el sector
Agua de Obispos cuando el coronel
Girardot vence a Manuel
Cañas es resaltar en este bicentenario
una proeza histórica
que contribuyó al movimiento
emancipador liderado por Simón
Bolívar que al poco tiempo
sería ratificado como el Libertador
para la inmortalidad.

viernes, 19 de julio de 2013

Juan José Flores

(Sábado, 19 de Julio de 1800)
Juan José Flores
El 19 de julio de 1800 nace en Puerto Cabello Juan José Flores, prócer de nuestra independencia y primer Presidente del Ecuador.
Tenía Flores catorce años cuando participó en el sitio que tendió Ceballos a Valencia. Desde entonces, su actividad militar es abundante y notable, nunca perdió una acción. Peleó bajo las órdenes de Bolívar y de Sucre.
El grado de General de División lo obtuvo en Tarqui. Enrumbado el Ecuador en el gobierno autónomo separado de la Gran Colombia, Flores fue dos veces Presidente de la República. Murió en Ecuador, el 1º de octubre de 1864.
Sus restos reposan en la catedral de Quito desde 1866.

miércoles, 17 de julio de 2013

Trabajo Especial de William Ojeda García: Nicaragua, La Guerra Insólita (fotos)

La insurrección popular de aquel 19 de julio de 1979, a pesar de la carga del lamentable saldo, sembró una nueva esperanza para ese martirizado país centroamericano que había soportado 50 largos años de una brutal dictadura que provoco la rebeldía popular.
Rebeldía que broto ante la impotencia y la negación de todo derecho a un pueblo humillado justifico aquel desenlace armado que tuvo como prologo varias décadas de enfrentamientos Los guerrilleros del Frente Sandinista de Liberación Nacional hicieron suya esa lucha respaldada por sectores populares oprimidos y burlados por el régimen que desconoció todo signo de derechos humanos.
El pueblo con su juventud despertó como un huracán en la tierra de Rubén Darío y ese amanecer glorioso de julio la luz de la libertad asomaba un nuevo sendero vislumbrando el ensanchamiento de un panorama lleno de anhelos y sueños postrados por la barbarie de la bota militar. A más de tres décadas evocamos el recuerdo de aquellos hechos que marcaron un hito en la historia política contemporánea en Latinoamérica. Lo hacemos con el alto respeto que merece el hermano pueblo de Nicaragua, sin inminiscuirnos en valoración alguna de tendencia, credo, simpatía o pensamiento, sin dejar de sentir solidaridad por los que sufren.
Si hubiese existido una democracia verdadera, con elecciones limpias, un sistema de respeto a las libertades y dignidad humana, sin hambre, sin pobreza, sin exclusión, sin asesinatos ni secuestros, sin robos ni torturas, sin intervencionismos, sin entrega, sin miseria, sin tantos derechos secuestrados y sin la presencia insolente de rapiñas extranjeras imperialistas que, como tábanos, succionaban las riquezas de ese país, tal vez la tragedia se pudo evitar. Aquella guerra insólita provocada por la dictadura de los Somoza y las otras que la antecedieron, hizo que el pueblo se levantara en puño para dar la bofetada final al régimen genocida.
Atrás habían quedado las víctimas de la violencia loca del gobierno opresor ante la cruenta decisión del pueblo en ponerle punto final a la triste luctuosa historia y comenzar a construir un destino propio con valores y dignidad. Las atrocidades del autoritarismo eran apoyadas por los sectores reaccionarios, dentro y fuera de Nicaragua. Y, como de costumbre, la reacción del gobierno norteamericano ante tanto abuso en muchos años de oprobio, era de “comprensión” Y comprender a su manera la violencia indiscriminada significo justificarla y por tanto aprobarla, apoyarla y asistirla como obscenamente lo hicieron sin importarles la masacre, el dolor y llanto de tanta gente. Era, como siempre, la doble moral, el discurso vano, hipócrita, la posición cobarde, el gesto criminal de ese estado dominante que apoyaba al régimen de los verdugos.
Lo hizo a lo largo de cincuenta años de la última dictadura aunque siempre se caracterizaron por imponer regímenes a la fuerza, colocar a su antojo presidentes y toda una estructura de Estado forajido cuyo componente, conformado por la rancia godorria nicaragüense solo servía de arlequines a sus intereses particulares y ,por tanto, valoraba cada bombardeo, las torturas, los fusilamientos, las degollaciones, las desapariciones y todas las atrocidades increíbles , incluyendo la incineración de hombres, y mujeres vivos, que se le ocurría a la dictadura convirtiéndose en sus inseparables cómplices que ya habían ensangrentado sus manos con el asesinato de Augusto Cesar Sandino en febrero de 1934.. Los gringos junto a los somocistas exhibían sus fuerzas sobre tantas muertes, sobre niños, mujeres y ancianos inocentes, la mismas sátrapas y organismos internacionales como la OEA y la ONU que demostraron ser auténticos parapetos que nada hicieron para evitar la masacre y esa guerra insólita durante prolongados años.
Aun hay dolor y lagrimas que riegan el suelo de Sandino como la sangre que sirvió de abono trágico a una tierra que no se entrega, que sigue luchando por reivindicarse, en la construcción de una historia limpia. Sin embargo, con el correr del tiempo, hombres, mujeres y hasta niños, siguen como hermanos buscando el sol victorioso que cubra sus anhelos. Aquel pueblo atrapado en su pobreza soñaba una Nicaragua orgullosa, estaba dispuesto a transitar alamedas de dignidad. Abrieron su propio futuro luego de haber caído en el foso de la miseria con el peso de la desgracia monitoreada por los esbirros tradicionales que se adueñaban de pueblos y disponían de vidas. No se registra en memoria alguna, la primera víctima que cayó arrebatada de su vida, de aquella tragedia que enfrento a familias contra familias. Pasaran las horas, los días, los meses y los años pero jamás se olvidaran esos tristes episodios registrados en la mente y en páginas escritas con sangre en la historia nicaragüense.
A la Nicaragua que conocí siete años atrás junto al reportero grafico Wiston Duran cuando el devastador terremoto que hundió a Managua a finales de diciembre de 1972, no se parecía en nada a la Nicaragua de esta guerra absurda que vimos en los días finales del régimen genocida. Recuerdo las palabras de Edén Pastora “El Comandante Cero” en una entrevista para El Nacional en las montañas de Nicaragua:” Iremos hasta el final, hasta ver la luz de la libertad…”.El daño de la dictadura fue peor que el sismo: más de 60 mil muertos y la destrucción total del país. Y al lado de los insurgentes presenciamos la caída de la dictadura de Anastasio Somoza aquella mañana del 19 de julio con la cruenta insurrección popular y vivir el triunfo revolucionario de los muchachos del FSLN. Como reporteros junto a los guerrilleros comandadnos “El Comandante Cero” vimos desvanecer en aquellas horas lo que quedaba del régimen autócrata. La madrugada de ese 19 de julio traía consigo una noticia que estremeció al mundo: ¡el tristemente célebre régimen de Somoza había caído! Y la revolución popular sandinista se consolidaba en toda Nicaragua. Medio siglo sin ver en el rostro de los nicaragüenses la sonrisa de felicidad, por la felicidad que habían ofrendado sus vidas. Aquel amanecer que miles de hombres y mujeres, niños y ancianos, no llegaron a ver. La tragedia de la dictadura militar prepotente había terminado.
Quedaron los recuerdos para la historia, para esa historia insurgente que aún está por escribirse. Dedicamos estas líneas como sentimiento de profunda reflexión y homenaje a quienes tomaron las armas y cayeron combatiendo para hacer respetar sus ideales y derecho a la vida. Porque con todo lo que esa guerra dejo profundas cicatrices, aun sin borrar, esta su mejor lección. Lección para aprender. Que ese ejemplo de rebeldía sirva para que no vuelvan a repetirse ninguna otra tragedia .Que los gobernantes se miren en ese espejo, reivindiquen a los pueblos y a todas y todos aquellos que se quedaron hermanados en la gloria de sus proezas .Los que aun en medio de su asfixia anhelan un destino mejor. A ellos, solo a ellos y a la querida Nicaragua, nuestra admiración y respeto, sentimientos que van con estas líneas en molde del recuerdo que siempre será historia viva, como un gesto de conciencia en el pensamiento amplio por quienes todo lo dieron en aras de la libertad. (Fotografías a colores de Lcda. Sisan Meiselas extraordinaria fotógrafa e investigadora) Cronista-Asesor Cley williansyaracuy@hotmail.com

Justo Briceño

(Martes, 17 de Julio de 1792)
Justo Briceño
Justo Briceño nace en Mérida el 17 de Julio de 1792 y muere en Caracas el 2 de abril de 1868.
Militar de la independencia de dilatada actividad castrense y política hasta mediados del siglo XIX. Su nombre completo era José Justo María Briceño Otálora. Fueron sus padres Eugenio Briceño y de Peralta y María Teresa Otálora Uzcátegui. La vida de Briceño transcurrió entre Mérida y Ejido, en donde la familia Briceño poseía tierras y otros bienes. A temprana edad, viajó a Caracas, donde completó su educación. En 1810, al comienzo del proceso de la Independencia ingresa al regimiento de soldados de caballería del Cuerpo Nacional de Agricultores de Caracas. Poco después milita bajo las órdenes del general Francisco Rodríguez del Toro y a las del general Francisco de Miranda en las acciones para someter a Valencia (1811) y demás campañas de la Primera República. En 1813 forma parte del ejército de Simón Bolívar y en la acción de La Puerta, el 3 de febrero de 1814, resultando herido. En 1816, llega a Haití de donde sale con la Expedición de los Cayos el 31 de marzo de ese año. El 1 de junio de 1816 es herido nuevamente en la toma de Carúpano, encontrándose bajo las órdenes directas de Bolívar, lo que sin embargo no le impide tomar parte en el desembarco de Ocumare de la Costa y en las acciones que siguieron a lo largo del año 1816, durante la Retirada de los Seiscientos.
En la batalla de Los Alacranes, el 6 de septiembre de 1816, recibe otra herida. Para esa época ya era coronel efectivo. Participa activamente en las campañas de Guayana (1817); del Centro (1818), donde se distingue en la acción del Paso de la Cruz, en el río Guárico; del Apure (1819), donde combate en las Mangas Marrereñas; cruza los Andes con el Ejército Libertador (junio-julio 1819) y pelea en los Corrales de Bonza y en la batalla del Pantano de Vargas (25.7.1819) en el curso de la cual recibe una nueva herida, lo que le impide combatir en la batalla de Boyacá. Durante las campañas de Venezuela, entre 1821 y 1822, ejerce el mando de las fuerzas que se baten con los realistas en Coro y en la península de Paraguaná. En esa época, es gobernador político, comandante general e intendente de la provincia de Coro. En 1827, se desempeña como intendente y comandante general del departamento del Zulia; ese mismo año, el Libertador lo asciende a general de brigada. Durante el bienio 1829-1830 lleva a cabo una intensa actividad militar y política para sostener el gran sueño de Bolívar: la Gran Colombia. Al producirse la disolución de la Gran Colombia, abandona la Nueva Granada y se dirige a la isla de Jamaica, y de allí regresa más tarde a Venezuela.
En 1835 es uno de los principales jefes que al lado de los generales Santiago Mariño y Pedro Briceño Méndez y del comandante Pedro Carujo, entre otros, encabezan la llamada Revolución de las Reformas contra el presidente José María Vargas. Sin embargo, al ser derrotado este movimiento en 1836, Briceño marcha al exilio en Curazao, donde permanece hasta 1843. Luego con motivo del alzamiento del general José Antonio Páez contra el presidente José Tadeo Monagas, éste lo nombra en 1848 jefe de operaciones para enfrentarse a los partidarios de Páez que se habían hecho fuertes en Maracaibo, a quienes domina después de haber forzado la barra de Maracaibo y combatido en Bajo Seco. Debido a esta destacada participación, Monagas lo asciende en 1849 a general de división; estableciendo luego en Caracas y solicitando en 1852 la pensión de inválido. En 1858 participa, como jefe de una fuerza naval que bloquea a La Guaira, en el movimiento que depone al presidente José Tadeo Monagas. Después del triunfo, es nombrado consejero de Gobierno tras lo cual es enviado como jefe de operaciones a la provincia de Barcelona, que no ofreció resistencia por lo que a comienzos de abril, arrestó al general José Gregorio Monagas y varios de sus partidarios, como el comandante Ruperto Monagas y el coronel Francisco J. Oriach y los condujo presos desde Barcelona hasta La Guaira en un buque de guerra. Elegido diputado por la provincia de Caracas a la Convención Nacional, cuyas sesiones se inician en Valencia el 5 de julio de 1858, asiste a la misma y participa en los debates, hasta que éstos se cierran a comienzos de 1859. En septiembre de 1863, culminada la Guerra Federal, en la cual tuvo participación activa, es ascendido al grado de general en jefe como un reconocimiento a sus servicios. Durante los últimos años de su vida, que transcurrieron en Caracas, estuvo bajo el mando de sus primas María Ignacia e Isabel Briceño Jerez, hijas del coronel Antonio Nicolás Briceño y de Dolores Jerez Aristiguieta.
Sus restos reposan en el Panteón Nacional desde el 21 de mayo de 1873.
Fuente: venezuelatuya.com Junio 2010

lunes, 15 de julio de 2013

Vida y Muerte de José Gregorio Monagas

(Jueves, 15 de Julio de 1858)
Vida y Muerte de José Gregorio Monagas
El 15 de julio de 1858 muere en Maracaibo José Gregorio Monagas, a quien debemos la libertad de los esclavos. José Gregorio había sido apresado en Barcelona por el General Justo Briceño, durante la Revolución de Marzo. Se le llevó al Castillo de Puerto Cabello y luego al de San Carlos, en el Zulia. Aquí se agravo y el Gobierno Nacional le negó todo auxilio no obstante, el Gobernador de Maracaibo, José A. Serrano, lo hizo conducir a la capital para ser atendido. Al llegar al muelle de Maracaibo falleció.
José Gregorio Monagas nació el 4 de Mayo de 1795 en el hato El Roble, Aragua de Barcelona, estado Anzoátegui. Al igual que su hermano José Tadeo, comenzó sus luchas en los llanos orientales a partir de 1813.
Se enfrentó a Monteverde y a Boves en Maturín, Cachipo, Bocachica, La Puerta y en Urica. También asistió a la primera batalla de Carabobo. Bolívar le estimó en alto grado, al punto de bautizarlo como «la primera lanza de Oriente».
Sostuvo con las armas el gobierno de su hermano José Tadeo, que a raíz de los sucesos de 1848 había originado seria oposición, muy especialmente la del General Páez.
Al terminar José Tadeo el período constitucional, fue elegido José Gregorio para la Presidencia de la República. Su gobierno se ilumina con una sola gran decisión, como fue la de conceder la libertad a los esclavos, el 24 de marzo de 1854, haciéndose eco de una de las viejas aspiraciones de Simón Bolívar.
Cuando llegó al Poder Julián Castro, que acabó con la hegemonía de los Monagas, a José Gregorio lo enviaron preso al castillo de San Carlos, en el Zulia, donde se enfermó gravemente. Al trasladarlo a Maracaibo, murió en el muelle de esta ciudad.

domingo, 14 de julio de 2013

Vida y Muerte de Francisco de Miranda

(Domingo, 14 de Julio de 1816)
Vida y Muerte de Francisco de Miranda
El 14 de julio de 1816 muere en La Carraca, prisión de Cádiz, el Generalísimo Francisco de Miranda.
Sebastián Francisco de Miranda, quien luego usó sólo el segundo nombre, nació en Caracas, el 28 de Marzo de 1750. Sus padres fueron Sebastián de Miranda, canario, y Francisca Antonia Rodríguez", caraqueña. A los doce años inicia estudios de latinidad en el Colegio de Santa Rosa de Lima. Allí mismo estudia arte durante tres años, además de Derecho y de Filosofía en la Real y Pontificia (Universidad de Caracas), y también en México, donde estuvo durante un año, siendo aun muy joven. No ha cumplido aún los 21 años cuando viaja a España.(En 1771) para dedicarse al estudio de las matemáticas, lenguas vivas y arte militar.
En Madrid compra el grado de Capitán del Regimiento de infantería de la Princesa por 85.000 reales de vellón. En Melilla, Africa, recibe su bautismo de fuego, donde destacó en la lucha contra los Moros. Es allí donde inicia su carrera militar, que irá siempre en ascenso, hasta participar con la más alta distinción en las luchas por la independencia de Estados Unidos, en la Revolución Francesa y, naturalmente, en la de América. Sin embargo, solicita ser enviado a Buenos Aires como voluntario y no lo consigue. Luego, por desavenencias con sus superiores, sufrió arresto en Cádiz.
Ya para esta época, 1777, Miranda comienza a compilar su biblioteca, así como sus archivos y su diario. Se interesa por los textos de ideas nuevas y de cultura general.
Toda su pasión revolucionaria va a culminar, en su primera etapa, con la invasión a Venezuela, que preparó desde Nueva York, donde llega el 9 de noviembre de 1805.
Con 20.000 dólares que donó Ogden y otras contribuciones, Miranda compró un buque de 180 toneladas, que bautizó con el nombre de su pequeño hijo, Leandro, y otras dos embarcaciones, la Indostan y Emperor (estas dos finalmente no viajaron). En el Leandro iban 500 fusiles, algunos cañones, 500 sables, trabucos, 400 machetes cinco toneladas de plomo, 10.000 pedernales de fusil, etc. Con este material bélico y doscientos hombres, soñaba Miranda su Ejército Colombiano.
Con una tripulación abigarrada, formada por vagos y maleantes de los muelles de Nueva York, norteamericanos, austríacos, franceses, polacos, etc., sale Miranda con su expedición el 2 de febrero de 1806. Diecisiete días más tarde llega a Jacmel, Haití. Aquí, a bordo del Leandro, Miranda enarbola por primera vez la bandera venezolana: amarillo, azul y rojo. Hace que todos aquellos «soldados» juren fidelidad a esa bandera y al libre pueblo de Sudamérica. Era el 12 de marzo de 1806.
Sigue hacia las costas venezolanas, con dos goletas fletadas, la Bachus y la Bee, para desembarcar en Ocumare, pero cuando están cerca son rechazados por el fuego de guardacostas, porque las autoridades venezolanas estaban avisadas. Aunque los expedicionarios responden al fuego, las goletas son apresadas. El Leandro logra escapar y va a Trinidad después de hacer escalas en Grenada y Barbados.
Diez de los prisioneros serán ahorcados el 21 de julio de ese mismo año. Los demás sufrirán prisión por más de diez años. Uno de los ahorcados y descuartizados fue el impresor norteamericano Miles L. Hall (o Hale), quien por tal razón ha sido considerado como «el primer mártir de la imprenta en Venezuela».
Miranda no se da por vencido. Ahora está en la isla de Bonaire, donde convoca, a bordo del Leandro, una Junta de Guerra, el 3 de mayo, y decide llegar hasta Trinidad para reorganizarse y reforzar la expedición. En alta mar son interceptados por la corbeta inglesa «Lily» que conduce el Capitán Donald Carmpbell. Miranda es reconocido por su alto prestigio y se le facilitan víveres. Sigue hasta Granada. El 7 de junio desembarcan en Barbados, donde el Almirante Alejandro Cochrane le ofrece el apoyo de las Fuerzas Navales de Inglaterra.
Con el Leandro, una goleta y dos buques de guerra, llega Miranda a Trinidad, el 23 de junio. Allí recibe ayuda de Hislop, Gobernador de la isla. Ahora la expedición ha crecido: la forman el Leandro, la Express, la Attentive, la Provost, la Lily, tres cañoneras y tres buques de transporte. Zarpan Miranda viaja en la Lily con el Capitán Campbell, que comanda los siete buques de guerra ingleses. Ya frente a las costas de Coro, el 1 de agosto, la fragata inglesa Bacchante se agrega a la flota.
Los 11 buques de la escuadra, con sus 300 hombres de desembarco, están ahora fondeados frente a La Vela de Coro. En la madrugada del 3 de agosto de 1806 mientras los buques descargaban su artillería, se precipitaban a tierra Miranda y sus hombres. ¡Hacía 35 años que no pisaba su tierra venezolana! y ese mismo día, al tomar el Fortín de La Vela, colocan en lo alto el Pabellón tricolor. ¡Por primera vez flameaba nuestra Bandera en el territorio nacional! Por la noche, después de asegurarse que La Vela está bien protegida, marcha Miranda con su Ejército a tomar a Coro.
Al llegar a esta ciudad la encuentra prácticamente desierta. La propaganda contra Miranda ha surtido efecto. Sobre todo la del Obispo de Mérida, Santiago Hernández Milanés, que lo pinta como ateo, monstruo, traidor, enemigo de Dios y del Rey.
Tanto en La Vela como en Coro, el protolíder va con sus Proclamas por delante. Riega las calles de papeles. El pueblo, fuertemente influido por la prédica de la iglesia y por el santo temor al Rey, le dio la espalda a Miranda.
Entonces, prudentemente, ordena la retirada de las tropas a La Vela, y de allí va hacia Aruba, Granada, Barbados y por último a Trinidad, donde se detiene casi un año, con la esperanza siempre viva de recibir nuevos auxilios de Inglaterra
Al no tener respuestas, se va a Londres, donde llega el 1 de enero de 1807, donde continúa haciendo propaganda a favor de la independencia a través de su correspondencia personal y del periódico que ha fundado ese propósito "El Colombiano".
Esos días se entretiene un rato con su mujer Sara Andrews y sus dos hijos. Por lo pronto, hay que dejar las cosas como están.
En realidad, no se puede hablar de fracaso. Miranda no descansará, seguirá haciendo que la balanza europea no española se incline a favor de la revolución hispanoamericana. En ese tesonero esfuerzo habrán de encontrarlo Bolívar, López Méndez y Bello, en 1810, dado ya el golpe caraqueño. Empieza otro capítulo.
Bolívar, durante su permanencia en Londres, se empeña en que Miranda vaya a Caracas. Se necesita de su experiencia. Logra entusiasmarlo el futuro Libertador y Miranda se va detrás de los diplomáticos. Se aloja en Caracas en la casa de Simón Bolívar. Participa en la Sociedad Patriótica y luego en el Congreso. Cuando se declara la Independencia, el 5 de Julio de 1811, ya Miranda es la figura central en el ambiente político.
Comenzó muy pronto la reacción realista. Fracasa el Marqués del Toro y nombran Generalísimo a Francisco de Miranda, quien de inmediato se hace cargo del ejército. Las tropas no son lo suficientemente disciplinadas como para satisfacer a quien, veterano soldado, ha mandado ejércitos de 100 mil hombres en Francia. Monteverde avanza captando simpatía entre la gente del pueblo. Todo conspira en contra de los patriotas. Un oficial entrega el Castillo de Puerto Cabello. El Comandante de la Plaza es Bolívar. Hay deserciones en el ejército patriota, levantamiento de esclavos en Barlovento, ante estos hechos críticos, El viejo militar prepara la Capitulación con Monteverde, sin consultar a nadie pero es violada por Monteverde poco después. Así se perdió la Primera República.
Ahora empieza el calvario de Miranda. Decide embarcarse en La Guaira, donde varios oficiales patriotas, entre ellos Bolívar, se le presentan para juzgarle por lo que consideran una traición. Miranda se ve perdido. Los oficiales pretenden someterlo a un Consejo de Guerra. Pero la traición llegó primero. Y el propio Comandante de La Guaira (31 de julio de 1812) ahora está al servicio de los realistas y le impide salir en el barco. Miranda queda arrestado y los demás oficiales logran escapar.
De prisión en prisión, Miranda es trasladado a Puerto Cabello, de allí a Puerto Rico y finalmente Miranda, incomprendido en su momento, va a dar con sus huesos en La Carraca, en Cádiz. Allí estuvo su primera y última cárcel. El precursor de la Independencia Suramericana no pudo ver el feliz término de la misma. Un día, aniversario de la Toma de la Bastilla, el 14 de Julio de 1816, muere don Francisco de Miranda. Pasará mucho tiempo para que se le comprenda. Los primeros en reconocerle fueron los franceses, que incluyeron el nombre de Miranda en el Arco de Triunfo en París.
Le sobrevivieron sus hijos Francisco y Leandro, habidos en su matrimonio con Sara Andrews. Los archivos de Miranda fueron salvados en un barco inglés en 1812, llevados a Inglaterra y posteriormente comprados por el gobierno venezolano, conservándose hoy día en la Academia de la Historia de Caracas.