sábado, 23 de noviembre de 2013

La despedida de Cipriano Castro: Cuando el imperialismo tomó ventaja en Venezuela por Pedro Ibáñez

Caracas, 22 Nov. AVN.- El 23 de noviembre de 1908 el general Cipriano Castro, líder de la Revolución Restauradora y presidente de Venezuela viajó a Berlín, Alemania, para una intervención quirúrgica por problemas de salud, sin saber que no regresaría a su patria nunca más luego de que el vicepresidente de su gobierno, Juan Vicente Gómez, tomara el poder.
Así como acostumbraba dejar encargado a Gómez, compadre y amigo, de sus bienes y hacienda “Bella vista” cuando se ausentaba de Cúcuta, Colombia, en esta oportunidad le deja el mando del país a quien entonces supo leer cuáles intereses se movían en torno de Venezuela.
Días después, el 19 de diciembre, Gómez da un “Golpe de palacio” y asume el poder para constituirse en caudillo hasta su muerte, en 1935, tras 27 años de dictadura y entreguismo de la riqueza petrolera a Estados Unidos. 
Nuevos hombres, nuevos ideales
La pésima situación económica del país, junto a hechos como la muerte del presidente Joaquín Crespo, el desprestigio del liberalismo amarillo y la reforma constitucional de 1899 dieron origen a la Revolución Restauradora liderada por Cipriano Castro, quien con su ideal de nuevos hombres, nuevos ideales y nuevos procedimientos buscó revivir el patriotismo que años atrás había proclamado Simón Bolívar.
Con la huída del presidente Ignacio Andrade, el 23 de octubre de 1899, Castro llegó al poder y consigue un país en desorden y debilitado económicamente. Luego de un año convocó a una Asamblea Nacional Constituyente que en 1901 promulgó la nueva Carta Magna, la cual estará vigente, con algunas modificaciones, hasta el 18 de octubre de 1945, cuando el presidente Isaías Medina Angarita fue derrocado, dando fin a un hegemonía andina fundamentada en un gobierno central fuerte.
Su gobierno fue signado por la lucha en contra de los intereses internacionales basada en genuinos sentimientos patrióticos que se manifestaron ante el Bloqueo de 1902. Asimismo, se enfrentó a los caudillos anti andinos que aún controlaban algunas regiones, los banqueros negados a colaborar con el pago de deudas y las empresas extranjeras con intereses en el país.
La planta insolente del extranjero
Entre 1900 y 1902, Alemania e Inglaterra habían presentado reclamaciones a Venezuela por deudas que ascendieron a 189 millones de bolívares, por concepto de la construcción de líneas férreas entre Caracas y Valencia (Alemania), Caracas-La Guaira y Valencia-Puerto Cabello (Inglaterra).
Ante la incapacidad de pagos por parte de Venezuela, las potencias hacen un bloqueo de las costas con naves de guerra inglesas, alemanas e italianas el 7 de diciembre de 1902, como una medida de coerción llamada “embargo provisional” para el pago de deudas.
El 9 de diciembre, Castro dicta la proclama  que comenzó con la frase “La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria”, y de esta forma logró cohesionar a los venezolanos ante el agresor en con un sentimiento de unidad.
El antiimperialismo
Ante el conflicto con las naciones extranjeras Estados Unidos apela a la Doctrina Monroe, con su consigna “América para los americanos”, propone un arbitraje que contuviera una eventual ocupación europea en la región y luego de negociaciones el bloqueo es levantado el 14 de febrero de 1904. 
Sin embargo, desde hacía tiempo Estados Unidos buscaba probar la misma suerte que tuvo en Cuba, Puerto Rico y Panamá. En la víspera del bloqueo respaldó la insurrección liderada por el banquero venezolano Miguel Antonio Matos, con financiamiento de una empresa extranjera, la New York and Bermúdez Company, que explotaba el lago de asfalto Guanoco, en Monagas.
Matos, liderando una liga de caudillos antiandina promueve la Revolución Libertadora, que desde finales de 1901 se suma a la desestabilización, pero es derrotada en Aragua, por el propio Castro, dando fin definitivo a los caudillos regionales.
Al tener en cuenta que la New York and Bermúdez Company financió la desestabilización en contra de Castro, el presidente le exige una indemnización, que al ser negada terminó en la expropiación del lago Guanoco y un nuevo impasse con Estados Unidos.
El intervencionismo también se manifestó con el apoyo de Francia, a través de la Compañía Francesa de Cable Interoceánico, que respaldó la logística de Matos y deformó los hechos noticiosos en el extranjero, por lo cual Castro disolvió el contrato de las comunicaciones y entra en conflicto con el gobierno francés.
El 20 de junio de 1908 se rompen las relaciones con Estados Unidos―con intereses opuestos al Código de Minas que aplicó fuertes impuestos a la explotación de asfalto― que cierra su legación en Caracas por el caso de New York and Bermúdez, así como las expropiaciones de Manoa Corporation, Orinoco Steamship. 
Un mes después, Holanda rompe relaciones luego de que se ordene la requisa de barcos holandeses que naveguen costa venezolanas, hechos a los que también se sumaron la querella judicial con la empresa alemana de ferrocarriles. Castro se había vuelto un elemento incómodo para el naciente dominio imperial que esbozaba una próxima guerra mundial.
El fin de la Restauración
El estrecho vínculo de Castro con el Círculo Valenciano, compuesto por su ministro de Hacienda, Ramón Tello y otros acaudalados distraen al presidente de sus funciones y crean suspicacias en los círculos andinos que manifiestan sus incomodidades con Juan Vicente Gómez.
La salud del Restaurador comienza a verse complicada y luego de dejar en una primera oportunidad a Gómez en el poder, se dedica a descansar, situación que divide a liderazgo andino en los bloques castrista y gomecista. 
Luego, Castro decide operarse en Berlín, en la Clínica Sanatorium Hygea, debido al deterioro progresivo de su salud, y el 23 de noviembre de 1908 se despide de su compadre Gómez y los miembros del gabinete. “Rodeadlo y prestadle vuestra cooperación como si fuera a mí mismo y habréis cumplido con vuestro deber”, dijo a los presentes.
Gómez, comprometido con las reservas que los andinos tenían del Círculo Valenciano, hizo saber sus inquietudes al gobierno de Estados Unidos, que le ofreció su total apoyo y luego de la conjura en su contra por parte de los “amigos” del Restaurador, decide tomar el poder el 19 de diciembre, crea un nuevo gabinete y destituye legalmente a Castro.
“Dentro de la misma causa”
El retrato de Cipriano Castro y la proclama del 9 de diciembre de 1902 desaparecen de las oficinas públicas, el New York Times difunde la nota sobre el nuevo gobernante venezolano, pero el restaurador no cree aún en las noticias que llegan desde la capital venezolana, hasta que ve cancelada en el banco su carta de crédito.
Luego de ser examinado, el doctor James Adolfo Israel decide operarlo. Castro sobrevive para luego ser un hombre errante, rechazado en Trinidad, Martinica, España, Bélgica, Francia, Estados Unidos, Cuba y finalmente, Puerto Rico, donde murió el 5 de diciembre de 1924.
Gómez expresa a sus hombres que su accionar es “una revolución dentro de la misma causa” y reanuda relaciones con Estados Unidos, trae los capitales estadounidenses que explotarán por más de 50 años el petróleo, representados por la Standard Oil, Lago Petroleum y Royal Dutch Shell. Mene Grande y los Barrosos de Zulia son el objetivo.
El General Gómez termina convirtiéndose en el mayor latifundista del país que gobernará hasta su muerte, luego de un largo período, donde se impuso el entreguismo petrolero y la tiranía, mientras Estados Unidos consolidaba su control en la región.
Pedro Ibáñez AVN 22/11/2013 18:56

Manuela Sáez

(Domingo, 23 de Noviembre de 1856)
Manuela Sáenz, Nace en Quito en 1797 Muere en Paita (Perú) el 23 de Noviembre de 1856.
Amante de Simón Bolívar fue reconocida por él mismo (25.9.1828) como "Libertadora del Libertador". Fueron sus padres Simón Sáenz Vergara, español, y María Joaquina Aizpuru, ecuatoriana. Su infancia transcurrió en Quito, donde rápidamente se hicieron sentir los ideales de los movimientos independentistas, organizándose grupos revolucionarios. En tal sentido, Manuela y su madre se identificaron con la gesta emancipadora; no así su padre quien permaneció fiel a la Corona española, por lo que fue hecho preso al estallar dicho movimiento, aunque posteriormente recuperó su libertad al ser sofocado en 1810. Debido a su apoyo al proceso de independencia americano, Manuelita fue internada en el convento de Santa Catalina donde aprendió a leer, escribir y rezar. Según una leyenda que circuló por mucho tiempo, siendo muy joven fue raptada del convento por un oficial de nombre Fausto D'Elhuyar; lo cual no obstante ha sido desmentido por la historiografía.
En 1817 contrajo matrimonio con Jaime Thorne, comerciante inglés, rico y mucho mayor que ella; trasladándose con él a vivir a Lima (Perú) entre 1819 y 1820. A pesar de ser éste un país donde el sentimiento independentista no se había manifestado, en poco tiempo el prestigio de Simón Bolívar y su triunfo en la liberación de la Nueva Granada (1819) le gana entusiasmados adeptos a su causa, entre ellos Manuela Sáenz, quien se convierte en miembro activo de la conspiración contra el virrey del Perú, José de la Serna e Hinojosa (1820); y que al declararse la independencia del Perú (1821) se confiesa admiradora de José de San Martín. Los servicios de Manuela a la causa de emancipación fueron reconocidos al otorgársele, en 1822, la condecoración llamada "Caballeresa del Sol", consistente en una banda blanca y encarnada con una pequeña borla de oro y una medalla cuya inscripción decía "Al patriotismo de las más sensibles".
Luego de separarse de su marido, en 1822 viaja a Quito acompañada de su padre para visitar a su madre; conociendo en este lugar a Bolívar, cuando éste hizo su entrada triunfal a dicha ciudad el 16 de junio de 1822. En Quito surge un estrecho vínculo afectivo entre Bolívar y Manuela, derivado de sus conversaciones y coincidencias acerca de la campaña libertadora. Ella no sólo concibe idealmente la independencia latinoamericana, sino que toma parte activa en la guerra: monta a caballo, maneja las armas, es capaz de sofocar un motín en la plaza de Quito. En 1823 Bolívar parte al Perú donde se le une semanas más tarde Manuelita, quien lo acompaña durante la campaña libertadora de dicha nación, permaneciendo en su cuartel general algunas veces, o en Lima y en Trujillo en otras ocasiones. De los momentos en que estuvieron alejados, se han conservado algunas de las cartas de amor que el Libertador le escribió expresándole cuanto la extrañaba, tal como la siguiente epístola del 20 de abril de 1825 en la que le dice: "Mi bella y buena Manuela: Cada momento estoy pensando en ti y en el destino que te ha tocado. Yo veo que nada en el mundo puede unirnos bajo los auspicios de la inocencia y el honor. Lo veo bien, y gimo de tan horrible situación por ti; por que te debes reconciliar con quien no amabas; y yo porque debo separarme de quien idolatro¡¡¡
Sí, te idolatro hoy más que nunca jamás. Al arrancarme de tu amor y de tu posesión se me ha multiplicado el sentimiento de todos los encantos de tu alma y de tu corazón divino, de ese corazón sin modelo".
Durante los primeros meses de 1825, hasta abril, y luego cuando Bolívar regresa del Alto Perú (Bolivia) a partir de febrero de 1826, reside con él en el palacio de la Magdalena, cerca de Lima. Cuando Bolívar sale del Perú en septiembre de 1826, Manuela permanece en Lima, donde persiste en la defensa del ideario bolivariano después de la reacción contra el Libertador en enero de 1827, por lo que es apresada por los adversarios de Bolívar y enviada al destierro (1827), dirigiéndose a Quito y luego a Bogotá, donde se establece en 1828. Al enterarse Bolívar de la situación de Manuelita, la llama a su lado y viven en la residencia que hoy es llamada Quinta de Bolívar. Para este tiempo se hacen manifiestas las intrigas contra la autoridad de Bolívar, que llevan a Pedro Carujo entre otros, el 25 de septiembre de 1828, a intentar asesinarlo, conspiración fallida gracias a la rapidez con que Manuela hizo huir a Bolívar por una ventana del Palacio de Gobierno; es a partir de este acontecimiento que se le llama Libertadora del Libertador, calificativo que le dio el propio Bolívar. En 1830, encontrándose en Guadas (Colombia) se entera de la muerte de Bolívar, por lo que se traslada de inmediato a Bogotá donde manifiesta públicamente de palabra y por la imprenta su adhesión a los ideales del Libertador. Perseguida por el gobierno que sucedió en abril de 1831 al general Rafael Urdaneta en Bogotá, finalmente es expulsada por considerársele conspiradora.
Encontrándose en Kingston (Jamaica), donde pasa un año, escribe al general Juan José Flores, entonces presidente del Ecuador, quien le envía un salvoconducto y así intenta regresar a su país; pero en Guaranda (Ecuador) en octubre de 1835, es informada que no puede entrar a Quito, pues sus credenciales no son válidas al perder Flores el poder. Asimismo, sus bienes fueron confiscados en Colombia. Ante estas circunstancias se instala en Paita, al norte del Perú, donde por necesidad económica abre un comercio relacionado con la producción de tabacos. En 1847 su marido es asesinado en Pativilca. Durante esta última etapa de su vida, fue visitada en el puerto de Paita por personajes tales como Herman Melville (autor de Moby Dick), Simón Rodríguez y Giuseppe Garibaldi (patriota italiano). En 1856, contrae difteria, enfermedad que acaba con su vida; su cadáver fue incinerado a fin de evitar contagio en la población, lo mismo que sus pertenencias, entre ellas gran parte de la correspondencia de Bolívar para ella, que guardaba celosamente. En agosto de 1988, fue localizado el lugar donde se encontraban los restos de Manuela Sáenz en el cementerio de aquella población. La identificación fue posible gracias a que se encontró la réplica de la cruz que siempre portaba la cual la identificaba como la compañera del Libertador.

viernes, 22 de noviembre de 2013

José Cecilio Ávila

(Miércoles, 22 de Noviembre de 1786)
Nació José Cecilio Ávila el 22 de noviembre de 1786 en el sitio de Pedernales, cercano a la población de Güigüe. Hijo de Don José Gregorio Ávila, quien había casado seis años antes con la aún adolescente Doña Francisca Antonia Casañas, de doce años de edad, fue el tercero de seis hermanos. Tenía once años, cuando una violenta e inesperada enfermedad le arrebató a su progenitora, joven todavía ; sin duda, la precoz maternidad le había minado el organismo. Como su padre se había radicado en Caracas, José Cecilio pudo seguir cursos de latín y filosofía, culminados el 11 de mayo de 1803. El 11 de agosto de 1805 obtuvo el título de Maestro en Filosofía, y el 25 de enero de 1808 el Doctorado en Teología . Al mismo tiempo que realizaba sus estudios, se preparaba para el sacerdocio: "Devorado del deseo de consagrarse a Dios, Ávila vistió el traje eclesiástico desde sus tiernos años. Su infancia y su adolescencia, inocentes, puras, habían corrido en el vestíbulo del templo. Vencido por la constancia del joven y asegurado de la solidez de su vocación, su padre le dejó libertad de escoger un estado, donde él mismo pensó entrar en su juventud y en que acababa de empeñarse. Recibió la primera tonsura el 25 de mayo de 1806; el 19 de noviembre de 1810 los órdenes menores y el Subdiaconado; (...); y el 10 de agosto de 1811 recibió el Sacerdocio de manos del Illmo. Señor Coll y Prat, que había alentado su valor y que le amaba y distinguía".
Para el año de 1814 el Padre Ávila fue escogido por el Illmo. Sr. Coll y Prat, que era el Arzobispo de Caracas, para el Rectorado del Seminario Tridentino, ya para entonces separado de la Universidad: "Hasta el año 1785 el Rector del Seminario lo era también de la Universidad; desde entonces, efecto de graves y sobrado ruidosas diferencias entre el Maestrescuela Fernández de León, Cancelario de la Universidad, y el Obispo Mariano Martí, en 1778, el cargo de Rector (de la Universidad) fue bienal, sacerdote o seglar, con graves consecuencias para la disciplina del Seminario, cuyo Rector, morador constante del mismo, no podía corregir abusos o deficiencias, cuando el Rectorado era ejercido por un seglar, ausente muchas horas de la Universidad como morador externo". No deja de llamar la atención, que el Padre Ávila asumiera el Rectorado del Seminario Tridentino en plena conflagración de la guerra a muerte, proclamada por Bolívar desde la ciudad de Trujillo, el 15 de junio de 1813. Y, anota Juan Vicente González: "Lo maravilloso es que en el seno mismo de tan deshecha borrasca halláse tiempo para la enseñanza de diversas cátedras, la de Cánones sobre todo, que empezó a regentar, en propiedad, en lo más crudo del año de 14, y para desempeñar los arduos deberes de Cancelario, de Magistral y de Fiscal en el Tribunal Eclesiástico".
Cuando en el año de 1815 el General Pablo Morillo llegó a Caracas al mando de las tropas realistas, se produjo el primero de una cadena de incidentes en la vida del Padre Ávila, de los cuales, sin embargo, siempre supo salir airoso: "Veintinueve años tenía Ávila, cuando el General Don Pablo Morillo llegó a Caracas (...), henchido de orgullo y seguro del espléndido triunfo de sus armas. Ávila estaba encargado de predicar en el Te-Deum solemne, (...) El sacerdote justo, extraño a las revueltas y partidas y a la sangre vertida, no quiso derramar sobre el adusto guerrero esas flores que prodiga al vencedor el fanatismo de sus parciales o el terror de los vencidos; y en su lenguaje ameno, lleno de dulce y amable sabiduría, le predicó la clemencia en nombre de la gloria y de las vicisitudes de la suerte, pintándole bella la del caudillo que no se manchó con sangre, y como único héroe, al campeón humano que enjuga las lágrimas de las naciones, derrama bálsamo sobre sus heridas y las cubre con sus banderas triunfales. El Señor Coll y Prat, (...), preguntó al Jefe español lo que pensaba del joven y modesto predicador. El impetuoso soldado quería respirar el incienso que aún traspiraba en aquel templo en honor de Boves; y se mostró desdeñoso y desagradado. Pero este desentono soldadesco, que es un timbre para el Doctor Ávila, movió al bondadoso Prelado, que le amaba, a enviar el discurso al Consejo de España, con el elogio del orador, único origen del título de Capellán del Rey, que nunca recibió". Alguna vez se le reprochó aquel título, y pudo redargüir con toda sencillez: "Si esa u otra gracia fue concedida, que no se me comunicó, la acción que la produjo, me fue, es y será honrosa a la faz de Colombia y de cualquier pueblo donde se aprecie la humanidad y la delicadeza".
Cuando se cumplía el Centenario de la Cátedra de Cánones en la Universidad, el 15 de Julio de 1820, estando Caracas todavía bajo el dominio español, quiso el Padre Ávila organizar un acto literario en solemne homenaje a su fundador, el Illmo. Sr. Don Juan José de Escalona y Calatayud: "Las cuestiones de costumbre circulaban ya impresas, cuando el 11 del mismo julio, el Doctor Andrés Level de Goda", quien era el Fiscal de la Real Audiencia, "elevó al Rector de la Universidad Don José Manuel Oropeza un oficio, oponiéndose al sostenimiento público de aquellas conclusiones. Había prohibido anteriormente la defensa de una de ellas, en calidad de Censor regio, y reclamaba el mismo título para impedirlo de nuevo. (...) Urgía la resolución: Tres días faltaban apenas para el 15. En tan escaso tiempo Ávila debía analizar las cuestiones y publicar su defensa por la única imprenta del país, recargada de trabajo y falta de recursos. Pero bastó a todo: Probó el enlace y verdad de sus tesis, lanzando ligeras burlas contra la erudición y estilo del Fiscal; (...) El Doctor Oropeza decidió oportunamente en favor del Profesor de Cánones. En vano rugió y representó el fiscal, retractándose en unas cosas e insistiendo en otras: El público que se unió contra él, añadió al despecho de la derrota, el ultraje de una risa irónica y desdeñosa". Por cierto, que en sus Memorias alardea el Doctor Level de haber obtenido de España "la determinación del Rey sobre lo sucedido con el Catedrático de Cánones en esta Universidad, el Presbítero Dr. Don Cecilio Ávila, declarándole Su Majestad depuesto de la Cátedra con prohibición de servir ninguna otra y de obtener en la carrera eclesiástica ningún empleo, por haber desconocido la censura regia en la enseñanza pública, una de las prerrogativas de la corona". Sellada la Independencia de Venezuela en la batalla de Carabobo, el 24 de junio de 1812, aquella determinación del Rey resultó trasnochada y careció, por supuesto, de toda eficacia.
Cuando, a principios del año de 1824, se publicó un comunicado anónimo en repudio del texto que empleaba en la enseñanza de Cánones el Padre Ávila, las "Instituciones Canónicas" del Illmo. Sr. Juan Devoti, la contestación apareció a los dos días: "Es una réplica fina, impersonal, incisiva, llena de comedimiento y fuerza. El anónimo adversario le acusaba de godo (apodo que daba la revolución a los realistas), y citaba en comprobación el nombramiento de Capellán de Su Majestad Católica que había merecido del Rey". Sin duda, el comunicado anónimo se dirigía contra la persona misma del Padre Ávila, y corría el rumor, que su autor era el más tarde tristemente célebre Pbro. Dr. José Antonio Pérez de Velasco.
Pero la mayor gloria del Padre Ávila fue la de haber salvado a la Universidad de Caracas: "Para 1824 la Universidad iba a cerrarse, por la imposibilidad de sostenerse. Sin dotación los catedráticos, la Academia, sin medios de subvenir a los gastos más indispensables, habría caído, sin duda, por algún tiempo al menos, sin la feliz elección de Ávila para el Rectorado. Entra éste y al punto llena todas las necesidades con desinterés sin ejemplo: Restablece la abandonada disciplina, anima a los profesores, despierta el entusiasmo, y aprovechando aquellos últimos tiempos, cuando la corrupción y el egoísmo no se cubrían con el pomposo ropaje de los intereses materiales, da nueva vida a los estudios, los ensancha, y prepara y funda nuevas cátedras. Amenazaba a los estudiantes una contribución para el pago de los profesores; se opone y contenta a éstos; y temeroso de la inutilidad final de sus esfuerzos, tienta el único camino para salvar y perpetuar la fuente exclusiva del saber en Venezuela: Escribe a Bolívar, (...)". Se ignora el contenido de la correspondencia que enviara el Padre Ávila al Libertador; pero, éste le contestaba en elocuentes carta, fechada en Lima, el 20 de febrero de 1826, que "me será muy halagüeño satisfacer la indicación que Vuestra Señoría me hace en beneficio de esa Universidad; porque después de aliviar a los que aún sufren por la guerra, nada puede interesarme más que la propagación de las ciencias". Y, en efecto, el 24 de junio de 1827 promulgaba Bolívar los nuevos Estatutos de la Universidad de Caracas, habiéndola dotado anteriormente de suficientes recursos: "Por primera vez el Estado venezolano puso en manos de la Universidad una sólida fuente de ingresos para desarrollar sin trabas el cultivo de la ciencia. Los fondos del extinto Colegio de Abogados, las obras pías de Cata y Chuao, los bienes de los jesuitas expulsados (por el Rey Carlos III), las rentas anuales sobrantes de los resguardos indígenas, la renta de quinientos pesos anuales de la Canongía Lectoral (suprimida por Decreto del 10 de marzo de 1826), la hacienda de caña dulce nombrada 'La Concepción',ubicada en Tácata, expropiada al canario José Antonio Sánchez y adjudicada a la Universidad por Decreto firmado el 16 de mayo de 1827, la manda benéfica de seis pesos, que los Doctores y Maestros cederían en favor de los estudios, y otros bienes, constituyeron el patrimonio económico que el gobierno cedió a nuestra primera Casa de Estudios".
Aunque para el año de 1827 ya era el Dr. José María Vargas el Rector de la Universidad, corresponde al Padre Ávila el mérito de haber interesado al Libertador en el continuado desenvolvimiento y progreso de la misma. Este mérito es tanto más evidente, cuanto que el Dr. José María Vargas apenas había regresado al país en el año de 1825, y apenas se había incorporado a la Universidad en el año de 1826, cuando "propuso a la Universidad la creación de una cátedra de Anatomía que él impartiría 'gratis y a sus expensas'. El Rector José Cecilio Ávila no sólo concedió la licencia, sino que ofreció realizar activas diligencias para que la Cátedra se incorporara al plan de enseñanza. El 18 de octubre de 1826, Vargas inició las clases con 13 discípulos que acudían a su domicilio todos los días de cuatro a cinco de la tarde".
Entretanto, fallecido el Illmo. Sr. Narciso Coll y Prat a finales de 1822 en España, y efectuadas las gestiones para obtener de la Santa Sede la provisión de las sedes episcopales vacantes de Colombia, en las que intervino personalmente el Libertador, había sido preconizado Arzobispo de Caracas, el 21 de mayo de 1827, el Illmo. Sr. Ramón Ignacio Méndez. Incansable, desarrollaba el Padre Ávila una febril e intensa actividad a la sombra del Prelado: "Secretario del Illmo. Señor Ramón Ignacio Méndez, de grata memoria, Capellán del Monasterio de las Concepciones, Catedrático y alma de la Universidad, predicador asiduo, representante de las Cámaras Legislativas, centinela de la fe, defensor de la disciplina de la Iglesia, Ávila reunía deberes que hubieran agobiado a muchos hombres. Su genio se multiplicaba por todas partes, y su acción se sentía poderosa en la Iglesia, y en la Academia, y en el Congreso, y en la moral pública y hasta en los asuntos domésticos que ocurrían a su inagotable caridad".
Era el Padre Ávila Secretario del Illmo. Sr. Méndez, cuando el Arzobispo fue extrañado del país, el 21 de noviembre de 1830, por negarse a prestar el juramento llano de la Constitución de Venezuela, que se había separado de la llamada Gran Colombia. El Padre Ávila acompañó al Arzobispo en su destierro a Curazao, pero pudo volver muy pronto, a tiempo para integrarse al Congreso de 1831: "Perteneció al primer Congreso Constitucional, cuerpo bañado por el reflejo de filosofismo e impiedad de los anteriores años y formado en gran parte por esos hombres de pasiones violentas que en las revoluciones tienen un influjo formidable. En las cuestiones sobre el patronato, los diezmos y el fuero eclesiástico, rasgos de religiosa impiedad venían a herirle; y eso que la autoridad de su nombre y sus virtudes imponían a éstos y contenían a los demás". Es de suponer, que el Padre Ávila echara mano de todas sus influencias para lograr el regreso del Illmo. Sr. Méndez, a quien se le había unido en el exilio el Vicario Apostólico de Guayana: "El Clero pidió y el Gobierno otorgó el pasaporte para el regreso al país de los Obispos y de sus comitivas que permanecían en Curazao. La orden fue dada el 17 de mayo de 1832, con la condición que los Prelados prestasen el juramento a la Constitución, sin repetir las protestas anteriores. El 19 del mismo mayo desembarcaron en el puerto de La Guaira el Señor Arzobispo Doctor Ramón Ignacio Méndez, el Señor Obispo de Trícala, Vicario Apostólico de Guayana, Mariano Talavera y Garcés y sus comitivas".
Tenía el Padre Ávila el don de la palabra, ya fuese hablada o escrita. Tal fue su fama de orador, que Juan Vicente González llega a expresar, que "al escucharle, no se deseaba más. Dueño del corazón y del oído, no dejaba aspirar a más elevación, a más facilidad, delicadeza y gracia; y el alma contenta con oírle, amaba lo que decía y cómo lo decía".
En el año de 1832 le tocó librar su último combate. Ya había sostenido brillantes polémicas contra las ideas del librepensamiento, como las contenidas en el folleto "La Serpiente de Moisés", publicado originalmente en Bogotá y reimpreso en el año de 1826 en Caracas. Pero, el 8 de septiembre de 1832 salió a la luz pública el "A Vosotros cualesquiera que seáis, salud, etc.", cuyo autor permanecía en el anonimato, siendo identificado con el Pbro. Dr. José Antonio Pérez de Velasco. El interés de este sacerdote en promover ideas de procedencia jansenista lo explica Juan Vicente González: "En los años de 13 y 14 dividió con el Señor Coll y Prat, en calidad de Provisor, los peligrosos cuidados de la extensa grey de Venezuela; y no se sabe que, aunque de las ideas políticas del Gobierno en aquella época agitada, promoviese dificultades o atrajese sinsabores al ilustrado y virtuoso Prelado. Cuando el año de 15 fue remitido a España, con otros clérigos desafectos, por el Gobierno español, las novedades políticas de su país le habían preparado a las novedades religiosas. Halló allí, conservadas a través de los años, las tradiciones del protestantismo español de Juan Valdez, Cipriano Valera, Doctor Juan Pérez, Carrazcón, Raimundo González del Monte y mil otros, renovadas por las revoluciones profundas que conmovieron a la Europa". Era el propósito de Pérez de Velasco probar la justicia del Patronato Republicano, que no era sino la apropiación ilegal e injusta del Patronato Regio por parte del Gobierno de la llamada Gran Colombia, asumida luego por el Gobierno de la naciente República de Venezuela. Pues bien, el Padre Ávila no pudo ignorar la provocación que representaba el "A Vosotros cualesquiera que seáis, salud, etc.", y, "enfermo ya, debilitado por sus austeridades y por las vigilias y la fatiga, recogió todas sus fuerzas contra un adversario, que había experimentado ya. Era su último combate. El publicó a un tiempo 'La Libertad en armonía con la Justicia', 'Venezuela al Congreso' y 'Aviso a los lectores' y protegió otros periódicos que aparecieron sucesivamente. ¡Vasta y libre discusión, en que historia, liturgia, patrologia, erudición, bibliografía, gramática, todo sirvió para el combate y la defensa". Aunque no influyeron sobre la legislación del Patronato Republicano, los escritos del Padre Ávila sirvieron para alertar al Clero y a amplios sectores de la sociedad sobre las doctrinas de Pérez de Velasco.
La salud del Padre Ávila se había resentido de tantos afanes, aunque: "En los primeros días de febrero de 33 aún asistía al Congreso. El día 4 habló muchas veces contra una medida, que ofendía los derechos de acreedores legítimos. Débil, pálido, en su último discurso su cuerpo parecía que iba a desfallecer. Había agotado sus fuerzas en este esfuerzo supremo por la moral. La Cámara de Representantes le excitó a buscar la salud en el descanso y se apresuró a concederle el permiso de retirarse". El Viernes Santo del mismo año, "después de aguardar largo tiempo al sacerdote encargado del sermón del Santo Sepulcro, desfallecido, casi grave, a fin de satisfacer la pública ansiedad, subió al púlpito para reemplazarle. Su voz fue más dulce, más persuasiva, por la melancolía misma que le daba el dolor. Eran los últimos acentos del cisne, el último suspiro de su elocuencia moribunda". Le trasladaron a Güigüe, "por si los aires que respiró niño, lograban fortificarle; permaneció luego desde fines de septiembre hasta el 22 de octubre en las Barrancas, sitio cercano a Caracas".
El 24 de octubre, los médicos declararon que se acercaba la hora, y el mismo Arzobispo, el Illmo. Sr. Méndez, "que no se apartaba de su lado, le manifestó con lágrimas que era tiempo de recibir los sacramentos. Ávila observó que era dar una nueva aflicción a su padre; pero luego añadió, 'pronto le daré una mayor`. Todos los domingos y festividades aquel sacerdote, que no sabía separarse un instante de su doliente hijo, le decía Misa y administraba la Comunión. A las cinco de la tarde recibió el Viático y a las diez de la noche la Extremaunción. Ya desde las nueve, el día siguiente, había perdido la voz y el frío de la muerte se había apoderado de sus pies y manos. Ocho sacerdotes de rodillas alrededor de su lecho, rezaban los salmos y las oraciones de los moribundos. A las diez y cuarenta minutos de la noche, sin agonía ni convulsiones, como un niño que duerme para despertar, Ávila murió en el Señor".
Se fijó el día 27 de octubre para el entierro, mientras resultaba conmovedor observar al anciano progenitor del difunto sacerdote, al Pbro. José Gregorio Ávila, al lado del féretro, con la mirada clavada en los restos queridos.
El día señalado, a las diez de la mañana, "salió el cuerpo en medio de una pompa fúnebre, inmensa y popular. El pueblo mismo era la policía. Ningún accidente en esta multitud de almas apiñadas en menos de cuatro cuadras. A la cabeza marchaba el Illmo. Señor Arzobispo y los miembros del Cabildo eclesiástico. La Universidad en cuerpo venía después; luego los primeros ciudadanos de la República, y señalándose por su aflicción, los jóvenes que recibían entonces sus lecciones. El General Páez, Presidente del Estado, marchaba sin ninguna distinción en medio de todos. Las aceras estaban cubiertas de una multitud inmóvil, que se dilataba desde la casa hasta el templo. El convoy inmenso se dirigió hacia la calle del Comercio, dobló luego hacia San Francisco y cruzando al norte, se encaminó al Convento de las Concepciones", donde tuvo lugar al entierro. Desde luego se preocuparon, tanto la Iglesia como la Universidad, de multiplicar los homenajes fúnebres a la memoria de tan meritorio sacerdote. En uno de aquellos homenajes habló uno de sus discípulos, el Sr. Alejo Fortique: "¡Ávila! De tí es que hablo, de tí había escrito muchas páginas que la modestia me ha hecho borrar. Merecen a veces los que fomentan tanto honor como los que fundan, más no temas: Vuelve a sellar mis labios el deseo de no ofender tu pudor. No yo, sino los mármoles de tu estrecho liceo, hablarán de tí a la posteridad. Las venerables imágenes de Calatayud, de Ibarra y de Rincón que has sacado del olvido, rodearán un día la tuya, y la Academia conservará tu memoria como un tesoro de infinito precio y como un perfume que la glorificará".
¡Tal era el sacerdote, a quien el Padre Castro admiraba! ¡Tal era el modelo, que proponía a los jóvenes alumnos de la Escuela Episcopal! En el año de 1886 promovió los festejos del Centenario del nacimiento del Padre Ávila, siendo el orador del acto en el Paraninfo de la Universidad Central: "Ávila y Vargas: He aquí los dos grandes nombres que simbolizan para esta Universidad cuanto ella tuvo de glorioso y fecundo en los primeros años de nuestra independencia. Para abrir ancho paso a las corrientes del saber, esos dos ilustres varones no retrocedieron ante ningún esfuerzo: El desinterés en ellos fue absoluto, y las obras que fundaron, y los trabajos que realizaron en favor de su patria, están en nuestra memoria y en nuestro corazón despidiendo siempre ese aliento de virtud inmaculada que fue el sello inmortal de tan grandioso empeño". Y añadía: "Que la memoria de Ávila viva en esta Universidad como honra y como estímulo apreciados siempre, para que los esfuerzos que el presente lega a la posteridad sean dignos del que supo producirlos y sostenerlos por el amor de la Religión y por el amor de sus conciudadanos".
(Biografía tomada del Escritor, Periodista Juan Vicente González)

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Las Ocho Estrellas (Época de Bolívar)

(Jueves, 20 de Noviembre de 1817)
Bolívar decreta que «a las siete estrellas que lleva la bandera nacional de Venezuela, se añadirá una, como emblema de la provincia de Guayana, de modo que el número de las estrellas será en adelante el de ocho».
El decreto de las siete estrellas anteriores, también de 1817, fue dado por el Congresillo de Cariaco, y es el que sigue vigente.
La disposición del Libertador tuvo uso y vigencia desde 1817 hasta 1821, cuando quedó derogada por la Ley del 4 de octubre de 1821 dictada por el Congreso de Cúcuta.
Una vieja aspiración de los guayaneses ha sido la de que nuevamente se coloquen ocho estrellas a la bandera, alegando que «el decreto de Bolívar debe cumplirse». Se cumplió, como se ha visto, hasta 1821, cuando el propio Bolívar puso el «ejecútese» a la Constitución de Cúcuta.
Fue derogado el decreto de Bolívar porque para ese momento se habían sumado dos provincias más, las de Maracaibo y Coro, y habrían sido necesarias dos estrellas más